Carlos Federico Abente Bogado

(Isla Valle, Areguá, 1914)

Poeta bilingüe (español-guaraní). Doctorado en Ciencias Médicas por la Universidad de Buenos Aires (1940), Carlos F. Abente reside en la Argentina desde hace más de medio siglo y durante todo ese tiempo ha sido médico obligado y refugio espiritual de miles de compatriotas allí exiliados y, en particular, de escritores y músicos –como Hérib Campos Cervera, Mauricio Cardozo Ocampo, José Asunción Flores, Epifanio Méndez Fleitas, Demetrio Ortiz, Augusto Roa Bastos y muchos otros– que por diversas razones habían tenido que dejar su país. Este médico-poeta a quien Hérib Campos Cervera dedicara su poema más conocido ("Un puñado de tierra") y para quien Augusto Roa Bastos escribiera los versos de "Saludo a Carlos F. Abente" (1947), empezó a hacer poesía desde muy joven. A principios de la década del cincuenta creó, juntamente con José Asunción Flores, una de las obras fundamentales de la música paraguaya actual: el famoso "Ñemity" ("Cultivar", en español; con letra de él y música de Flores), estrenada en Buenos Aires en 1952. El Dr. Abente es autor de tres poemarios en guaraní: Che kirirĩ asapukái haguã (1990; trad.: Para gritar mi silencio); Kirirĩ sapukái (1995; trad.: Grito del silencio) y Sapukái Sunu (2001; trad.: Grito de trueno). También tiene muchos poemas en castellano, algunas obras inéditas y otras musicalizadas por conocidos compositores paraguayos. En 1994 apareció en Buenos Aires "Nostalgia Aregüeña", un disco compacto que reúne catorce de esos poemas musicalizados, interpretados por varios grupos y conjuntos musicales.

ÑEMITŶ

Jahypýi ko yvy tome’ê hi’a

Ñamboapy ko sapukái

yvytu vevére ñahendu iñe’ê

ñande kóga purahéi.

Ko’ê pytãngy, guyraita oñe’ê

ndaipóri mba’e mbyasy

kuarahy omimbi, jasy opukavy

Oso mboriahu apytĩ.

Ñañemitŷ

taheñói yvy ári tory

tojope kuarahy avatity

tomyasãi mandyju panambi.

Ñañemitŷ

tahory ñande kéra yvoty

toĝuahê tetãygua araite

topu’ã Paraguay.

Petŷ ha ka’a, manduvi ha yva

maymáva ty’ái repy

Takuare’êndýre mboriahueta

oñohê hi’upyrã.

Topa ñembyahýi, joayhu taheñói

topu’ã ñane retã

Ñañombyatypa ha jasapukái

vy’ápe che retãygua.

(De: Poesía Paraguaya de Ayer y de Hoy, tomo II, 1997)

LA SIEMBRA

Reguemos la tierra que frutos nos dé

su grito aplaquemos así,

volando en el viento su voz a escuchar,

de nuestra siembra el cantar.

Rojo amanecer trinos por doquier,

tristeza que se acabó.

La luna sonríe al brillo del sol,

el pobre se emancipó.

A cultivar

que renazca en la tierra el amor,

que maduren las mieses al sol

que hayan campos de blanco algodón.

A cultivar

que en los sueños florezca el ideal

que haya el día de la redención

elevar la nación.

Tabaco y maní, yerba, frutas y más,

precio de todo sudor

pobres que invaden el cañaveral

obtienen para comer;

Que el hambre termine y nazca el amor,

que crezca nuestra nación.

Juntemos la voz, todos a gritar:

¡Alegres de corazón!

(Traducción [de estrofas I, II, V y VI] de Lino Trinidad Sanabria)

TEKO PUKAVY

Teresa Méndez-Faith-pe guarã,

ndahesaráivai hetãgui

Mitãkuñami reko pukavy

Mombyry asyete rehóva reiko,

Hyakuãvueteívo nde rehe yvoty

Tetãme ojeráva, ha ñe’ãme oiko.

Mitãkuñami py’a pyrusu

Nde reko katúpe mborayhu hi’aju,

Ha tetã ambuégui nanderesaráiri

Ko’ápe oimévare ñande py’a karãi.

Mitãkuñami ha’ete ñandesy jeyve

Remboaguyjéva araiko’ê,

Tovéna ikatúro akóinte jepe

Ñañembyatypávo ha reimévo ndave.

Ñande keraju taipoty jera,

Mborayhu ratápe imimói katúva,

Ha ty’ai repýpe jahepyroja,

Nde ru purahéipe reñangapapyhýva

Ha teko torypápe, ñañoañuamba.

(De: Sapukái Sunu ["Grito de trueno"], 2001)

VIVIR SONRIENDO

Para Teresa Méndez-Faith,

que no olvida su país

Muchacha de vivencia sonriente

Que andas lejos

perfumada de flores

Nacidas del suelo patrio y arraigadas en tu alma.

Joven mujer de ancho corazón,

En tu diario vivir crece el amor,

Y no te olvidas de este país distante

Que nos acaricia las entrañas.

Imagen exacta de nuestra madre, niña

Que brindas al alba nublada tus saludos risueños,

Que nos juntemos todos como siempre

Y que te agregues también a nuestro abrazo compartido.

Nuestro sueño dorado que se abra en flor,

Que llegue a su punto en el fuego lento del amor,

Como fruto de sudores llevemos a cuestas

La visión que tu padre en cantos te arrulló,

Y abracémonos todos, infundidos de alegre vigor.

(Traducción libre de Tracy K. Lewis)

Victorino Abente y Lago

(Mugía [España], 1846 - Asunción, 1935)

Poeta. Aunque gallego de nacimiento, su vida y obra se identifican con el Paraguay desde su misma llegada a Asunción en momentos difíciles y trágicos de la historia paraguaya (marzo de 1869), cuando las tropas aliadas (soldados argentinos y brasileños) ocupaban la capital. Relacionado con el segundo tramo del romanticismo nacional (que se inicia con la posguerra del 70) y aún con el posromanticismo, colaboró en varios periódicos de la capital, donde también publicó gran parte de su obra poética. Creador de poemas dedicados al renacer de su nueva patria (después de la trágica Guerra de la Triple Alianza) y apropiadamente conocido como "poeta de la resurrección nacional", Victorino Abente y Lago tuvo la suerte de ver el final de la guerra entre Paraguay y Bolivia antes de su muerte acaecida en diciembre de 1935. Sus poemas, dispersos en diversos periódicos y revistas de aquella época, fueron recopilados y publicados póstumamente en Asunción por su nieto Cándido Samaniego Abente en un volumen titulado Antología Poética: 1867-1926 (1984).

MIS DOS PATRIAS

Soy de la valiente España,

Hermosa Patria querida

Que mis recuerdos entraña

Y en donde se lee una hazaña

En cada piedra esculpida.

A la paraguaya tierra

El destino me condujo,

Donde cada sitio encierra

Un recuerdo que en la guerra

El heroísmo produjo.

Para uno y otro suelo,

En mí tanto afecto hay

Que al pedir dichas al cielo

Confundo en el mismo anhelo

A España y el Paraguay.

¿Cómo no ha de ser así

Si estrechamente se unieron

Ambas Patrias para mí?

Pues si yo he nacido allí

Aquí mis hijos nacieron.

Y a Dios le pido por eso

Que amorosamente unidas,

Como labios en un beso,

Marchen al mayor progreso

Estas dos patrias queridas.

Asunción, Julio de 1907

(De: Antología Poética [1867-1926], 1984)

Delfina Acosta

(Asunción, 1956)

Poeta, narradora y periodista. Aunque química-farmacéutica de profesión, Delfina Acosta se ha dedicado a la creación literaria desde muy joven. Sus primeros poemas aparecieron en Poesía itinerante (1984), publicación colectiva del Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero. Posteriormente ha publicado dos poemarios: Todas las voces, mujer... (1986; Premio "Amigos del Arte") y La Cruz del Colibrí (1993). Parte de su obra poética figura en antologías literarias nacionales y extranjeras. En 1987, en los "Juegos Florales" –concurso organizado por la municipalidad asuncena en ocasión del 450º aniversario de la fundación de Asunción– su obra Pilares de Asunción fue galardonada con el premio "Mburucuyá de plata". Ha ganado además numerosos otros premios, entre ellos: el segundo premio "Poesía Joven" (1983), la "primera mención" en el Concurso de la Municipalidad de Asunción (1991) y una "mención especial" en el concurso de cuento breve "Néstor Romero Valdovinos" (1993) por su cuento "La fiesta en la mar", publicado después en el suplemento cultural del diario Hoy. En 1995 apareció El viaje, su primer libro de cuentos y obra donde reúne sus mejores relatos, premiados o distinguidos con menciones varias en diversos concursos literarios locales. Posteriormente publicó los poemarios Romancero de mi pueblo (1998), Versos esenciales (2001; Premio PEN Club del Paraguay) y Querido mío: (2004), su libro más reciente.

DISCULPAME...

Discúlpame, si puedes, por mis versos,

Neruda, de mil sábanas poeta,

pues yo no sé escribir cantando al agua,

a aquel frescor primero de la hierba,

igual que tú, en tu Chile de araucarias.

Yo sólo sé escribir palabras quietas

en este pueblo donde todo muere

volviéndose en las manos simple piedra.

Sucede, sin embargo, algunas veces,

que el corazón procura alguna fiesta,

y salgo a andar, alegre y bien vestida,

por el camino y luego estoy de vuelta.

Me ocurre que me río, que mi risa,

igual al llanto mío desespera.

De mi costado izquierdo sale un verso

apasionado y triste que gotea.

Ah... si entonara como tú, Neruda;

si alzara por los vientos los poemas

mejores de mi vida en dulce nota.

Si el verso hablara a Dios sin una queja.

Sollozo sin su madre, fuego triste,

jardín quemado que no dio violeta,

invierno sin cerilla, espectro frío

es todo lo que tengo por cosecha.

(De: Versos esenciales, 2001)

EL BESO

Voy a contarte un cuento que otras saben.

Las menos como tú jamás supieron.

Era un juego de a dos pues se enfrentaban

un rey hermoso y una reina a besos.

Y érase que ella alegre se moría

como última tecla en cada beso.

Y él riendo tomaba con su boca

un poco de su lengua y de su aliento.

Pasó el verano bajo el puente chino,

sopló el otoño y garuó el invierno,

volvió la primavera y se marchó

detrás de un par de niños aquel juego.

Y érase esa mujer que aún lo amaba,

y moría de pena, pero en serio.

Y érase la tristeza en el ciprés

la hora en que llovía en ese reino.

(De: Querido mío:, 2004)

Nelson Aguilera

(Asunción, 1961)

Poeta, narrador, actor de teatro y profesor de literatura. Licenciado en Letras y en Lengua Inglesa por la Universidad Nacional de Asunción, Nelson Aguilera tiene además una Maestría en Lingüística Literaria para la Enseñanza de Lengua y Literatura de la Universidad de Strathclyde (Glasgow, Escocia). Miembro de la SEP (Sociedad de Escritores del Paraguay), hasta la fecha tiene seis libros publicados. En poesía, es autor de Las hebras del olvido (2000), Cadenas de mi tierra (2000) y Encuentros y secretos (2001). En narrativa, son de su autoría dos libros de cuentos –Cuentos para mujeres (2002; en versión trilingüe [castellano, guaraní, inglés]) y Héroes y antihéroes (2004)– y una novela: En el nombre de los niños de la calle (2004).

EL INDIO FRANCISCO

Asunción, 18 de abril del 2003

Querida Hannelore:

Hoy Viernes Santo la tristeza me embarga, al pensar que no puedo estar en la aldea por lo menos para mirarte desde lejos y contemplar tu felicidad fabricada por tu tradición y el férreo fariseísmo de tu padre.

Siempre recuerdo cuando éramos aún niños y jugábamos con tus muñecas hechas de palo santo y mi pelota de trapo hecha por tu madre, quien con la caridad a flor de labios me daba un poco de saft y stollen mientras mi padre se quebraba el lomo trabajando para tu padre en la estancia por un poco de comida para mis hermanitos.

Hannelore, hoy sólo el recuerdo me hace compañía. Tú estás distante como ese primer beso que te di aquella tarde de enero en nuestra picada secreta al cumplir tus quince años.

–Ich liebe dich Francisco.

–Ich auch Hannelore.

Después nuestros labios se unieron en un amor que llevaremos hasta la tumba. Un amor que no puede ser realidad porque mi raíz salvaje y mi color se interponen ante tu cabellera venida de Holanda y tus ojos celestes de las praderas de Rusia.

–¿Qué importa la diferencia, Francisco? Te amo y sólo eso basta.

–Para ti y para mí tan sólo el amor basta, pero no para tu gente.

–¡Mi gente!

¿Te acuerdas cuando tu padre nos descubrió besándonos detrás del algarrobo aquella tarde de octubre cuando el viento norte soplaba sin misericordia y tú te escapaste de la siesta obligada para verme? Y mi padre tuvo que soportar nuestro dolor.

–¡Ramón! Tu hijo es un mal hijo.

–¿Por qué, señor?

–Porque estuvo besando a mi hija. ¡Cómo se atreve! ¿Qué se ha creído? Mi hija no puede ni debe relacionarse con los indios y que tu hijo no vuelva a pisar mi casa porque...

La voz de tu padre tronó como la de un impío. Sus predicaciones domingueras en nuestra aldea sobre el amor al prójimo cayeron al vacío y fueron llevadas por las ráfagas calientes del viento norte hasta el templo de los fariseos. No pude entender cómo un hombre que me hablaba del amor de Cristo podía al mismo tiempo rechazarme por ser un niño nacido bajo el arrullo de la selva y el manto de una noche estrellada.

Después me enteré de que te enviaron al Canadá para casarte cuanto antes con alguien que tuviera tu mismo color de pelo y su piel fuera tan blanca como la misma leche de las colonias. Tu raza y tu cultura separaron nuestro amor tejido en las marañas chaqueñas.

Yo recibí las consabidas reprimendas de los pastores chulupíes y como castigo fui enviado a estudiar en el seminario bíblico con la consigna de no volver a posar los ojos en ninguna mujer blanca.

Ser pastor nunca fue mi sueño y atrás dejé Homilética, Griego y Hebreo para dedicarme a luchar por los indígenas que andan sangrando miserias por las calles de Asunción. Están tan solos como yo, perdieron la razón de su existencia, como yo, y sólo sueñan con una tierra en que el odio, las diferencias y la hipocresía no tengan lugar, como yo.

Hannelore, la última vez que te vi fue el año pasado, el domingo de Pascuas. Tú salías de la iglesia del brazo de tu marido y tus dos hijitos rubios, no mestizos. La alegría se paseaba entre todos ustedes y el sol resplandecía en tu cabellera de oro, mientras una triste sombra se encargaba de llenar mis ojos de lágrimas.

Hoy Viernes Santo, cuando recordamos la muerte de Nuestro Maestro, quien proclamara el amor al prójimo y al enemigo, yo te escribo esta carta para decirte que te perdono, por no haber expugnado las fortalezas que separaban nuestro amor y por permitir que mis sentimientos sigan llorando su funeral inconcluso.

Se despide quien siempre te amará,

El indio Francisco.

(De: Héroes y antihéroes, 2004)

Raúl Amaral

(Veinticinco de Mayo, Prov. de Buenos Aires, 1918)

Profesor, ensayista, crítico literario, poeta y periodista. Aunque argentino de nacimiento, este prolífico y conocido escritor, ejemplar "maestro" de muchos, ha dedicado más de la mitad de su vida al Paraguay, su patria adoptiva. Como merecido homenaje a sus cuarenta años de dedicación a la educación y a la cultura paraguayas, el profesor Amaral ha sido galardonado con la ciudadanía paraguaya por resolución de la Corte Suprema de Justicia y voto unánime de sus miembros (16 de julio de 1993) en reconocimiento a su infatigable labor en pro de la cultura de su país de adopción. Su vasta producción ensayística y creativa incluye (además de innumerables artículos diseminados en publicaciones nacionales e internacionales varias) los siguientes títulos: El modernismo poético en el Paraguay (1982), La sien sobre Areguá (1983), Escritos Paraguayos (1984), El romanticismo paraguayo (1985; Premio Nacional de Literatura La República, de ese año), El León y la Estrella (1986), Breviario aregüeño de Gabriel Casaccia (1993), Los presidentes del Paraguay: crónica política (1844-1954) (1994) y Antecedentes del nacionalismo paraguayo. El grito de Piribebuy (1995), para mencionar sólo algunos de sus libros más significativos.

LA LUZ DESDE LA PIEDRA

(XII: Rafael Barrett)

Ayer crecían pájaros

en su barba

y de vez en cuando

la noche.

Ha caminado mucho entre los árboles,

los trenes

y los puestos de flores artificiales

que perfuman el olvidado

cielo de Arcachon.

¡Hace tantos años

que es tan solo

un eco mineral,

una sombra

proyectándose sobre ese mar

insomne, frío, eterno,

comienzo de la espuma que en el lago

rescata

el oscuro pecho del trópico!

Las mariposas

vuelan de sus ojos

con su angustia viviente

y se asoma por ellas

un mensaje de ansiosa primavera

más allá de los pinares

que en edades cautivas, sin asombro,

inspiran

el desanclado viaje del viento,

la espiral que nutre el ala,

el fragor del insecto,

la desesperada siembra

del prójimo.

Alguien llegó esa tarde

ardida de lapachos,

lenta, rural, definitiva,

como quien vuelve

de una efusión de pandorgas,

vértigo de raíces,

mientras ciñe su voz

el humo antiguo

y sus ojos melancólicos

regresan a destrenzar el horizonte.

(Aquí, en Areguá,

el tiempo

anuncia su apocalipsis de chicharras,

el nostálgico reclamo del turú,

las olerías,

los trapiches

del arduo cañaveral

y las manos de los pobres

que caen –una vez más–

hacia la tierra.)

Ahora pueden llamarse muchos seres,

muchas cosas,

o apenas un cartílago de la vida,

amar a los que siempre

ven germinar el hambre, arder

la sepultura,

porque el canto

no es ya costumbre de todos

sino ese fantasma cruel

que se ha apoderado

de la Nada.

El sumergido busca,

palpa la caverna de su silencio,

su implacable

pulmón derrotado,

y desde su alerta

ve nacer la anárquica vislumbre,

su prosa

en sueños de justicia,

la esperanza.

Compañero de la nube,

del adiós trunco en sangre,

de la mañana nonata,

y que sin embargo

joven aún, altos los pasos,

firme la tristeza,

ha venido

para amar al huérfano del mundo

y sentarse

a la diestra de su ausencia.

Aquí, en el Paraguay,

paraíso que labra su ceniza,

en su errante destello

solitario,

cáliz de eternidad,

alguien

–campesino sin orillas,

canoero sin alba–

alcanzará su ternura,

la tibia piel del maíz,

la vara que trajo del templo,

la libertad que espera en los arenales

de Isla Valle,

y lo pondrá en camino

–no el de extranjera sal que separa–

como una clave de presagios,

de muertos cerrojos,

cuando banderas despiertas y sin límites

vuelvan con usted,

Don Rafael,

hombre libre,

junto al pueblo paraguayo

puesto de pie

con usted

junto a otros hombres

(1964)

(De: La sien sobre Areguá [1952-1972], 1983)

José-Luis Appleyard

(Asunción, 1927-1998)

Poeta, narrador, periodista y dramaturgo. Egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, se desem-peñó como abogado durante unos diez años antes de abandonar la profesión para dedicarse casi exclusivamente al periodismo y a la creación literaria. Destacado miembro de la promoción de 1950, integró la Academia Universitaria del Paraguay, creada bajo el estímulo del Padre César Alonso de las Heras. Appleyard se ha distinguido especialmente por su producción poética que incluye, entre otros títulos, los poemarios Entonces era siempre (1963), su primer libro, El sauce permanece (1965), Así es mi Nochebuena (1978), Tomado de la mano (1981), El labio y la palabra (1982), Solamente los años (1983) y Las palabras secretas (1988). En 1961 ganó el Premio Municipal de Teatro con Aquel 1811, drama poético sobre la independencia de su país. Aunque ha escrito varias otras piezas breves, casi toda su producción teatral permanece inédita. En narrativa, es autor de una novela: Imágenes sin tierra (1965) y de dos colecciones de monólogos: Los Monólogos (1971) y La voz que nos hablamos (1983). De posterior publicación son Desde el tiempo que vivo (1993; Premio Municipal de Literatura 1994), serie de sesenta breves relatos en torno a los sucesos más significativos del segundo milenio de la Era Cristiana, Antología poética (1996) y Cenizas de la vida (1997), obra por la que se le concedió el Premio Nacional de Literatura en 1997.

HAY UN SITIO

Hay un sitio en el mundo donde vivo,

pequeño y singular,

un sitio mío,

un pedazo de tierra con olor a madera,

con gentes como yo,

de diminuto, sangrante y triste

corazón cautivo.

Un pedazo de tierra, pocos hombres,

y un alfanje de acero como río.

Yo estoy en él, soy parte de esa parte

minúscula del mundo. Tengo amigos

que comparten el tiempo y lo desangran

con lentitud, sin prisa, desde antiguo.

La vida es muy sencilla,

sólo basta

ser fiel al cumplimiento de los ritos:

matar a la verdad cada mañana

y dejarla morir cada domingo.

Quien conoce la clave, dulcemente

puede vivir tranquilo en este sitio.

Las palabras mantienen la tersura

de su forma redonda y sin resquicios,

pero aquellos que encierran, por ser verbo,

en cada labio da un sabor distinto.

La gramática es tensa, diferente

de toda similar. Sólo el sonido

de sus vocablos tiene semejanza

con un idioma al que llamara mío.

Hay sinónimos claros, transparentes:

ser libre es vegetar sin albedrío,

robar es trabajar, amor es odio,

y vivir es morir desguarnecido.

La soledad se llama compañía,

y el traicionar, ser fiel a los amigos.

La novedad, vejez. Todo lo nuevo

tiene una oscura pátina de antiguo.

Hay un sitio en el mundo donde vivo,

pequeño y singular.

Un sitio mío,

un pedazo de tierra que se pubre,

con gentes como yo,

de diminuto, sangrante y triste

corazón cautivo.

BUSCAR EL PAN

Buscar el pan.

Correr tras él.

Correr. Dormir. Amanecer.

Volver a ser.

Correr. Buscar.

Comer. Dormir.

Y nada más.

Buscar el pan.

Correr tras él.

Llevarlo tembloroso hasta la boca.

Comer el pan.

Correr.

Dormir.

Andar y desandar por las calles viejas.

Correr.

–para comer–

con los dos pies.

Mirar los ojos con la boca amarga

de una saliva torpe que adelgaza

duras migas de pan.

Correr tras él.

Luchar por él.

Herir por él.

Comer.

Dormir.

No renacer.

Eso es vivir.

Pero vivir

ya no es pensar

ni amar ni ser.

Comer.

Dormir.

Mejor morir.

(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)

EL CHOQUE DE DOS MUNDOS

Mucho se ha escrito de ese encuentro de dos mundos, de dos culturas, de manera de concebir a un dios o unos dioses. Mucho se ha hablado, se ha opinado, se ha discutido. Y la verdad pende entre dos polos, dibujando en la arena de la historia los rasgos cambiantes de los acontecimientos ocurridos.

La verdad es esquiva y se oculta en la arena de playas diferentes. Se zambulle en mares que, sin ser los mismos, se unen en los extremos de la esfera terrestre.

Y a pesar de todos los escritos, los testimonios, las diatribas y de las leyendas, ya negra, ya rosa, ya blanca, es dable imaginar ese choque de dos monstruos tan disímiles y unidos sólo por la cruel afinidad del hombre.

Los rostros, diferentes. Entre la blanca tez de los de algunos, que vienen en esos barcos con grandes alas que impulsan su arribo al ritmo de los vientos y esos rostros broncíneos de los que ya están, hay un choque, como los hay entre las armaduras y los escuetos taparrabos que apenas ocultan la desnudez del cuerpo. Existe una distancia de milenios entre los protagonistas del encuentro. Uno y otro son hombres en la dramática acepción del término. Ambos conocen de guerras y de sangre, de enemistades y pasajeras alianzas. Ambos son duchos en astucias y crueldades. Y tanto los unos como los otros quieren prevalecer con esas armas. La diferencia entre el triunfo y la derrota será, sin embargo, la fuerza. La pólvora impone con facilidad sus inapelables argumentos.

Para los recién llegados la nueva geografía se irá imponiendo lentamente, al principio con sus paisajes insulares y verdes. Luego será el asombro por la magnitud de sus montañas, de sus volcanes y de sus ríos, sin parangón alguno con aquellos que riegan los valles y las llanuras de las tierras dejadas en pos de la aventura. Las enormes selvas, junglas que han requerido infinidad de tiempo para tejer la trama vegetal e impenetrable de sus árboles y lianas. Y su fauna delirante de colores y garras, de cóndores y simios, de jaguares y pumas, cuya felina elasticidad será un nuevo motivo para la heráldica que habrá de nacer de esas nuevas tierras habitadas desde hace tiempo por hombres que nacen, crecen, luchan, se reproducen y mueren como todos los hombres de la Tierra.

Los azorados ojos de los recién llegados contemplan esas exuberancias de la naturaleza que en esas nuevas tierras sintió la inspiración del genio y esculpió cordilleras, talló rostros hieráticos en los picos altísimos en donde fingen barbas la nieve y los hielos. Pintó paisajes áureos y dibujó los ríos, a veces torrentosos, enormes y crujientes, y a veces grandes lagos de plácida armonía, donde la corriente se hace ociosa y serena para gastar su tiempo reflejando las garzas coloridas, con su elegancia pura, ancestral e inquietante.

Sí, dos mundos chocaron y se agrandó la Tierra. Y luego ya vendrían los tiempos del saqueo, los tiempos de codicia, los tiempos de la furia muriente de un imperio. Pero esos dos mundos se miraron, atónitos, se contemplaron frente a frente, como cumpliendo el rito de una cita empeñada. Y fue sólo un instante que pudo durar siglos o dura todavía. Y en ese instante enorme, en proporción directa con el nuevo continente, sucederían los hechos predichos por los magos, temidos por los dioses y ansiados por los hombres en su avidez perenne de glorias y aventuras.

(De: Desde el tiempo que vivo, 1993)

María Luisa Artecona de Thompson

(Guarambaré, 1927 - Asunción, 2003)

Poeta, cuentista y dramaturga. Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, María Luisa Artecona de Thompson cultiva primordialmente la literatura infantil. En 1965 fue galardonada con el Premio Doncel de narrativa infantil. Entre sus obras publicadas se destacan: El sueño heroico (1963), Canción para dormir una rosa (1964), Cartas al señor sol (1966) y El canto a oscuras (1986). De posterior publicación son La flor del maíz: Calendario escolar paraguayo (1992) y una voluminosa Antología de la literatura infanto-juvenil del Paraguay, también aparecida en 1992. Tiene además muchos cuentos y poemas dispersos en periódicos, revistas y antologías literarias locales y extranjeras.

EN SILENCIO

En el fondo de mí

ya no hay

palabras.

Sólo un cristal

de otoño

ceniciento

que escucha el golpear

de algunas hojas

y el pasaje fugaz

de gotas finas.

Ya no me queda

al fin

de esta jornada,

sino el mirar

sin ver

de mis pupilas;

ni el crepitar

del llanto

existe ahora;

soy, apenas;

la piedra del camino.

Sostengo

a solas

mi frutal

maduro

por el sol de la angustia

y de la pena.

No sé

de dónde llegan

mis heridas

ni a qué destinos

yo

y ellas vamos.

En el fondo de mí

ya no hay

palabras.

Sólo hay un ser que piensa

y se amalgama

con el silencio y en silencio

estamos.

BANDERAS

Banderas.

Banderas negras

para el último día

del opresor.

Sangre de ardidas venas.

Rictus exangües.

Luz y espada.

Un retazo mendigo

de estas tierras de duelo

para el último cetro

de la traición.

La plenitud de un surco

arrojará la libertadespiga

para el inmenso día de la paz.

Banderas.

Banderas de cien duelos distintos

sobre los flancos yertos

de su nombre.

Banderas.

Banderas desplegadas.

Emblema.

Justicia.

Libertad.

(1980)

UNA VEZ

Hoy anduvimos celosamente humanos,

rescatando el idilio de las horas.

Por eso fui buscando un lapso claro

para ofrecerte mi vendimia simple.

Pero tú, generoso hasta el convite del vino

de mi agrazón oscura, hiciste uvas doradas,

y un poco deslumbrado

de pronto, todo lo cambiaste

y se tiñeron tus ojos de dulzura

y nada más que así fue nuestro encuentro.

Había una vez. No.

Erase una vez. No.

Que fueron muy felices. No.

Ya lo sé, amor,

son los tenaces juegos de tu ausencia.

(1984)

(De: El canto a oscuras, 1986)

Margot Ayala de Michelagnoli

(París, 1935)

Poeta y artista plástica. Aunque nació en París (durante una misión de estudios de su padre), desde los tres años vive en Asunción, donde se ha hecho conocer primero como artista plástica –en varias exposiciones de pintura que datan de 1980– y luego como poeta y novelista. Presidenta del Grupo ADAC (Asociación de Apoyo a la Cultura) y Vocal de la Cultura del Consejo Nacional de Mujeres del Paraguay, Margot Ayala de Mi-chelagnoli tiene en su haber literario, hasta la fecha, tres novelas –Ramona Quebranto (1989), escrita en jopara (guaraní-castellano), Entre la guerra el olvido (1992) y Más allá del tiempo (1995)– y tres poemarios: Ventana al tiempo (1987), Murmullo interior (1991) y Cielos interiores (1994). De más reciente publicación es Nderasóre (2002), su primera obra teatral. Tiene además cuentos y poemas, incluidos en libros colectivos y antologías literarias nacionales y extranjeras.

EL VELORIO DEL PRIMO RAIMUNDO

Llueve... en las húmedas paredes se desdibuja una mancha verde amarronada. Los cristales de las ventanas están velados.

Las luces de los cirios en un temblor ascendente reflejan extrañas sombras.

Como buitres en hilera, tres sombras con bigote, una mujer joven vestida de negro, una anciana de manto negro, las lloronas y un perro observan el rostro que poco a poco va adquiriendo un aspecto desconocido.

Las arrugas se van alisando paulatinamente, una helada serenidad invade las facciones del difunto.

La muerte flota en la atmósfera, un dolor ausente escalofría desde adentro y deja un sabor amargo con olor a cera y flores marchitas.

La joven vestida de negro abre los postigos, el frío aire de agosto mueve los visillos, indeciso retrocede el invierno.

La mujer joven vestida de negro dice:

–Le haré un velorio como se merece, vendrá el Presidente de la República, militares, diplomáticos, amigos y los que me den la gana, al fin es mi marido.

–No permitiré que el dictador entre en la casa–, acongojada pero firme sonó la voz de la anciana desde un rincón de la pieza–. Raimundo fue un héroe y no lo condecoraron con la Cruz del Chaco, ni le dieron la pensión que le correspondía.

–Era un conspirador convulsivo y estuvo preso varias veces–, agregó con rencor la mujer joven vestida de negro con el rostro lleno de ira.

–¡Basta!–, gritó el hombre de bigote; –estas discusiones son inoportunas, lo decidiremos nosotros–, señalando con un gesto a las tres sombras con corbatas pegadas a la pared y mirando duramente a la mujer vestida de negro.

Ovillado en una silla, un anciano desteñido con aspecto abatido, murmuró con voz ronca y llorosa acusando con el dedo a la mujer vestida de negro: "Raimundo afirmó siempre que sos una puta", dijo.

Estupefacta y temblando, la joven vestida de negro no respondió al insulto.

Bruscamente se abrió la puerta, irrumpiendo en la escena una mujer, chilló que no griten y salió con una ráfaga de aire helado.

Ella había truncado sus sueños, fue imposible satisfacer sus ambiciones.

"Sólo sabes tocar guitarra y cantar –le decía–, igual que las chicharras, cazar perdices y pescar mandi’í, que ni los comes ni los vendes, ¡tienes gustos refinados!".

–Sí, lo heredé de mi abuelo que era marqués–, le respondía.

–¡Jesús! ¿Por qué me habré casado con un inútil?–, gritaba colérica.

–Creíste que era rico. Fue por eso.

Y ahora Raimundo yace quieto, lívido y solo, muertos sus sueños y esperanzas... como lo había estado siempre, siempre, siempre. Solo.

(De: Tiempo de contar [narraciones colectivas], selección de Escritoras Paraguayas Asociadas, FONDEC, Asunción-Paraguay, 2000)

 

Moncho Azuaga

(Asunción, 1953)

Poeta, dramaturgo y narrador. Abogado y licenciado en Filosofía y Letras, Azuaga pertenece a la denominada "promoción del 80". Cofundador (con Emilio Lugo y Ricardo de la Vega) de la Revista Cabichu’i 2, su obra literaria ha sido distinguida en varios concursos nacionales y extranjeros. De su prolífica producción se destacan los siguientes títulos: en poesía, Bajo los vientos del sur (1986) y Ciudad sitiada (1989); en narrativa, Arto cultural y otras joglarías... (cuentos, 1989) y Celda 12 (novela, 1991), verdadero réquiem a la dictadura de Alfredo Stroessner; y en teatro, Y no sólo es cuestión de mariposas (1976), En moscas cerradas (1976), Los niños de la calle (1989), Cuando los animales asaltaron la ciudad, obra de teatro callejero estrenada en 1994, y Sagrada Familia, también del mismo año, presentada en escenarios de la capital y del interior del país.

AMERICA LATINA

América Latina,

de esperanzas,

como océanos,

como palmeras,

como cordilleras,

como hombres descalzos

hacia el lucero del alba.

Si pudiera imaginarte

sin metrallas,

sin cercos ni fronteras,

sin mercantes ni corsarios,

sin latifundistas ni rosarios,

sin canciones de penas tuyas

y vaquitas ajenas,

creo que hasta te soñaría

como te quiero

de esperanzas!

América Latina,

si pudiera imaginarte

sin golpes de Estado cada mañana

golpeando tus puertas verdes

de sencillez de tierra,

sin puertos con Night Club

llenos de muchachas tristes

y hombres tristes

de tristezas enfermizas.

Ay,

si esos mestizos ojos

sonrieran a la cosecha

y la oración levantaras

a los Dioses antiguos

del Tigre y el Pez

Ay,

de seguro que hasta en sueños

te querría

como te quiero:

de esperanzas!

como tu río más secreto,

como tu cielo más grande,

como tus niños de ojos de azúcar,

como ropa limpia,

como mariposas.

América Latina,

de heridas, espinas y dolor nuestro,

de Estado de Sitio,

de Multinacionales,

de soplones y confidentes,

de torturas,

de intervenciones,

muertos y desaparecidos,

si pudiera quererte

más de lo que te quiero,

te querría sin dictadores,

sin fraudes en el voto,

sin esos extraños hombres

que viven en ti

y de ti viven

sin querer vivir en ti,

sin esos otros

que culpa tienen

que vivas así,

sin sanguijuelas

te querría

como te quiero:

de esperanzas!

como selvas,

como animales,

como vientos,

como lunas,

como mujer encinta,

como hombres libres.

Ay, América Latina,

si pudiera imaginarte

de amor

como te estoy queriendo

de sueños

querría quererte

como te quiero:

de esperanzas,

América Latina!

(De: Ciudad sitiada, 1989)

William Baecker

(Mato Grosso [Brasil], 1943)

Poeta y periodista. Aunque nació en Brasil, vive en Paraguay desde principios de la década del sesenta. Ex actor y director de teatro de vanguardia, toda su obra poética es cien por ciento paraguaya, ya que ha sido concebida y publicada en Asunción, años después de su ingreso al país. Miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay y del PEN CLUB paraguayo, William Baecker ha sido también comentarista de asuntos culturales en la prensa local y ha participado como jurado en varios concursos literarios. Hasta la fecha ha publicado cinco poemarios: En una lejanía (1973), En este memorial (1975), Cuando cesan los sueños (1993), Era un simple cariño (1995) y No hace falta decirlo (1998).

Y AL FINAL LAS COSAS

Y al final de las cosas,

yo soy un hombre triste, lo confieso;

no me conmueve nada:

ni el beso de llegada que me diste

ni el beso de partida que olvidaste.

Y así, con los olvidos,

de pronto se te fueron los abrazos

y a mí se me escaparon,

como palomas blancas,

las palabras.

CUANDO REGRESE

Cuando regrese el sol

–si es que se fue–

me acordaré de ti.

(De: Era un simple cariño, 1995)

PARA QUE NO ME ESCUCHES

Para que no me escuches

repetiré en silencio

vocablos que conoces:

aquellos

que besaron tu frente

con la dulce tristeza de adorarte

y la oculta alegría

de no olvidar jamás

la palabra esperanza.

Y NO TE ENGAÑES

Y no te engañes:

sólo el amor perdura.

Así como el amor, es la poesía:

un monte de ansiedades y tristezas,

un sepultar relámpagos de angustias

que, al final de las cosas, son primeras.

Y no te engañes.

Así son las quimeras:

después de los otoños, los inviernos

anuncian otra vez la primavera.

Por eso digo, a veces,

–hablando de poesía–

que el dolor que me causa amarte

tanto es el puro placer de la agonía.

Y no te engañes:

después de los silencios y amarguras,

después de las primeras alegrías,

sólo el amor perdura.

(De: No hace falta decirlo, 1998)

 

Rubén Bareiro Saguier

(Villeta, 1930)

Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Abogado y licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Asunción, Bareiro Saguier residió durante muchos años en París, donde se ha desempeñado como catedrático universitario de Literatura hispanoamericana y lengua guaraní. En diciembre de 1991 la Universidad Paul Valéry de Montpellier le otorgó el Doctorado de Estado en Letras y Ciencias Humanas, título académico máximo del sistema universitario francés, tradicionalmente reservado a nominados franceses, salvo raras excepciones. De 1994 a 2002 representó a su país como Embajador del Paraguay en Francia. Actualmente reside en Asunción. Crítico y ensayista de renombre y uno de los escritores paraguayos más conocidos en el exterior, Bareiro Saguier es co-fundador (con Julio Cé-sar Troche) de la revista literaria Alcor (1955). En 1971 se le concedió el prestigioso premio Casa de las Américas por su colección de cuentos Ojo por diente (1973). En narrativa publicó después El séptimo pétalo del viento (1984), una segunda antología de cuentos; y su labor ensayística incluye, además de numerosos ensayos críticos, los siguientes estudios: Literatura guaraní del Paraguay (1980), Augusto Roa Bastos; semana de autor (1986) y Augusto Roa Bastos; caídas y resurrecciones de un pueblo (1989). De su obra poética se destacan los poemarios Biografía de ausente (1964), A la ví-bora de la mar (1977) y Estancias, errancias, querencias (1985). Es también co-editor (con Carlos Villagra Marsal) de Poésie Paraguayenne du XXe Siècle, antología bilingüe (español-francés) publicada en Suiza en 1990.

OJO POR OJO

Allí estaban los dos, silenciosos. Pero siempre había sido así; jamás habían tenido mucho que decirse, ni tiempo. Apenas si para acoplarse en el cansancio de las noches calientes, como dos gusanos.

–Como esos gusanos blancuzcos, se dijo ella.

El fuego pasaba a través de los agujeros, como un cuchillo entre las costillas; pasaba desde arriba, o quizá desde abajo. Porque esto muy bien podía ser el infierno del que tanto habían escuchado hablar al Pa’í. Sin embargo, el señor cura les había prometido salvarlos de las llamas –perdurable– amén, con la condición de que se casaran y vivieran cristianamente: el bautismo–la confirmación–la comunión de los hijos–la misa–el matrimonio–el viernesantoayuno–la pascuaflo-rida–la extramaunción–las novenas–los diezmos. Los diez mandamientos. Centavo sobre centavo habían tratado de cumplirlos, y sin embargo, ahora el calor les atravesaba de punta a punta, ese calor que derrite la grasa, que pudre todas las cosas.

Pero ellos nada decían. Las manos grasientas de la vieja en las manos grasientas del viejo. Como cuando ella iba a visitarlo al corralón donde él pasó dos años por aquella "desgracia", durante el baile en la escuela. Conste que no había sido culpa suya; el otro le agredió porque no le gustaba el color de su pañuelo y porque la caña; el puñal dijo el resto. Entonces ella iba todos los domingos a llevarle el atadito de cosas, y permanecían horas con las manos en las manos, hasta que sentían crecer una capa de grasa entre ellos, sin hablarse, a través de las rejas del patio enorme. Apenas si le preguntaba por los hijos.

–Conché come tierra, murmuraba la mujer.

Y él pensaba que estaba bien que no los trajera.

–Kitó me ayuda en la capuera –y le entregaba el bastimento.

Pero él salió en libertad, gracias a su compadre que ya era comisario. Y todo fue mejor. Hasta pudo comprarse un caballo para ir a las carreras de los domingos. Ella ya sabía de lo que se trataba cuando él regresaba con una máscara de ceniza, de silencio espeso y ceñudo.

–El hombre es hombre –se decía ella–, y... así nomás tiene que ser.

Todo fue mejor, pese a la muerte del hijo, el segundo, y a que la menor, de muchacha en una casa de familia decente, pasó a trabajar en aquella casa.

Eso no está bien, pensaba la vieja. Que sirva a los hijos del patrón, bueno... pero con todo el mundo, ¡y por plata...!

Todo mejor, gracias a que cumplían con los sacramentos, como dijo el Pa’í, quien hasta entronizó una imagen de la Santa Virgen de los Remedios en el cuarto. Desde entonces, nunca faltó la bendición de la Santa Patrona, ni tampoco una vela los viernes, sobre la repisa, junto a las flores de papel ennegrecidas por las cacas de moscas, empalidecidas por el polvo y el resol.

Ahora tenían más tiempo para recordar todo aquello, sin decirse nada, igual que siempre, igual que durante las veladas de invierno en la cocina, cuando las brasas se iban consumiendo y las sombras comían sus facciones inexpresivas, como un gusano enorme, como ese gusano cerca de sus uñas azules. "Quizá es el mismo o un pariente de los que aquel año y aquel otro y aquel otro destruyeron el algodonal. Hasta es posible que todos los gusanos sean parientes".

Todo mejor... Y seguían roturando la tierra, hasta que en la cara se le abrieron esas grietas que el sol dibuja en la superficie sedienta durante las siestas de fuego.

–¡Fuego eterno para los que olvidan la patria celestial! –clamaba el Pa’í. Pero la piedad, la devoción..., agregaba, los ojos en blanco.

Y ella rezaba su rosario, mañana y tarde, y hasta por las noches cuando el insomnio le fue creciendo con el reumatismo. Cada vez más sola, como al principio. Nadie más que él y el perro de costillas florecientes, también ya desdentado, le escuchaban desgranar el devocionario desgastado que guardaba en la cabeza.

–Parece que va a haber seca...

–Sí..., respondía él, y miraba el fuego en el poniente.

El perro dormitaba y perdía ruidos por todos los costados. "De puro viejo...", pensaba.

–¡Fuera!..., decía ella, y volvía a sus rezos.

"La piedad, hijos míos; la devoción, mis amantísimos hermanos...". Y sin embargo, qué caliente era todo alrededor de ellos. Qué pesada sobre sus manos grasientas, podridas, sobre los pelos crecidos, sobre las uñas largas y moradas, ese metro y medio de tierra, de fuego rojo.

(De: Ojo por Diente, 1973)

HUELLAS

Bajo las plantillas gastadas

de mis viejos zapatos

van pasando las calles

torrentosas del mundo: caras, voces extrañas,

manos, copas amigas.

Ausencia.

El frío del camino

se me sube a los huesos

por los hoyos del cuero

que calca en cada suela

la forma exacta

de mi patria.

PARABOLA DE LA ROSA

Anoche un guardia,

un hombre con el rostro

oculto por una máscara de sombra,

entre las rejas me pasó una rosa

cortada de algún jardín público.

"Viene de afuera", me dijo,

y sentí que un hálito de vida

me invadía.

Supe que en el fondo del pozo,

en el charco de un pecho

puede florecer una rosa.

Aunque la felidez

la marchitó enseguida,

la rosa existe.

(De: Estancias, errancias, querencias, 1985)

Rafael Barrett

(Santander, 1876 - Arcachon, 1910)

Narrador y ensayista. Aunque español de nacimiento, Rafael Barrett está vinculado a las letras paraguayas desde su llegada a Asunción en 1905. Con Viriato Díaz Pérez, Martín de Goycoechea Menéndez y José Rodríguez Alcalá, integró un pequeño grupo de intelectuales extranjeros que se destacaron de manera significativa en el ambiente literario nacional de principios de siglo. Precursor de la literatura paraguaya actual y el escritor extranjero más prominente de entonces, describió y denunció en sus obras las injusticias sociales, la desesperación y el sufrimiento prevalecientes en esos años. Sus narraciones y ensayos ofrecen una visión del Paraguay muy diferente a la proyectada en las exaltadas páginas de Martín de Goycoechea Menéndez o en los escritos de la mayoría de los integrantes de la promoción de 1900, reivindicadores casi todos de los héroes y de las glorias nacionales pasadas. De sus muchas obras, varias publicadas póstumamente, se destacan en particular: El dolor paraguayo (1909), Lo que son los yerbales (1910), Cuentos breves (1911), Al margen; estudios literarios (1912) y Diálogos, conversaciones y otros escritos (1918). Sus Obras Completas se publicaron en Buenos Aires en 1943. En 1990 aparecieron sus Obras Completas (en cuatro volúmenes) en Asunción (edición a cargo de Miguel Angel Fernández).

EL CANCER POLITICO

Si yo tuviera influencia sobre los estudiantes –¿pero qué influencia sobre nadie podrá nunca tener el que no miente?– les diría:

"Estáis sanos aún. Conservaos sanos. No hagáis política. Pensad que es muy difícil hacer política sin deshacer la patria –sin deshacer la humanidad, que es la patria verdadera de los hombres. Pensad que es muy fácil hacer humanidad trabajando sencillamente en vuestro oficio. ¿Sois médicos? Aprended a curar. ¿Sois ingenieros? Aprended a construir. ¿Sois profesores? Aprended a enseñar. ¿Sois poetas? Aprended la vida. Pero no aprendáis a gobernar; tened lástima al mundo. No os inquietéis por vuestro país: el ambiente no permite ya sobre la tierra los Napoleones ni los Francisco Solano, y el mal que ocasionaréis en resignaros a no moralizar la política es insignificante al lado del enorme bien que haréis trabajando sencillamente en vuestro oficio. Trabajad, producid. Sois células normales. Conservaos normales, rechazad las adherencias con el cáncer; rechazadlas, y proliferaréis, porque la realidad es buena. Formaréis vastos tejidos de salud, y el cáncer irá secando sus raíces. Si os molestan, protestad, pero desde casa. Si no os dejan trabajar, id a trabajar a otra parte. El que trabaja no es extranjero en ningún sitio, y además, como decía Ganivet, una nación suele ser más grande por los hijos que se van que por los que se quedan. No desesperéis. La política paraguaya es el colmo de la virtud, si se la compara con la de los Estados Unidos, donde salen los ciudadanos de presidio y ocupan el sitial de juez. Y sin embargo Norte América es Norte América... ¿por qué? Porque la inmensa mayoría de los norteamericanos ha vuelto su robusta espalda a la política, y han trabajado sencillamente en su oficio. Han cortado las adherencias con el cáncer, y el cáncer se ha convertido en quiste... ¡Oh! el más inofensivo de los quistes, un tumorcillo que rueda bajo la piel, lejos del corazón, lejos del cerebro...".

Si yo tuviera influencia sobre los estudiantes.

(El Nacional, 25 de abril de 1910)

EMIGRACION

El Paraguay ofrece un ejemplo único; es un país americano que se despuebla.

Decía Alberdi: "El ministro de estado que no duplica el censo de estos pueblos cada diez años ha perdido el tiempo en bagatelas y nimiedades".

¿Qué diría Alberdi –¡hoy!– de un pueblo de América que en diez años, ha perdido no sólo el tiempo, sino la cuarta parte de sus hijos útiles?

No diría nada. Se negaría a creerlo.

Sin embargo, la emigración paraguaya, en la última década, se estima en ciento veinte o ciento treinta mil personas.

Ojalá no sea tanto... Ritter dice que la emigración continúa, y nos explica por qué. Los campesinos paraguayos huyen de su patria como huirían del infierno. Para ellos la paz es más mortífera que la guerra. El doctorcillo les despoja de su propiedad, el oficialete les acarrea al cuartel, les azota o les lleva al degüello; el "caraí" le viola sus hijas. Escapan si pueden, y hacen bien. Es por el momento la sola forma posible de rebelión: ¡emigrar!

Hacen bien, los que son bastante enérgicos para irse. Hacen bien en desesperarse y llorar por vez postrera sobre las ruinas de su labor. Hacen bien en abandonar este jardín desolado, en dejar que se coman el Paraguay los yuyos, las víboras, los políticos. Hacen muy bien en irse a donde la tierra sea más dura y los hombres menos crueles, a donde no haya que luchar sino contra los caprichos del cielo y la aspereza de los campos, a donde tengan la esperanza de que brote y se levante al sol lo que siembren...

¡Hacen bien...! Cuantos más emigren, mejor. El derecho supremo es vivir, y cuando no se puede vivir en un sitio, el deber supremo es irse a vivir a otra parte.

(El Nacional, 2 de julio de 1910)

(De: Obras Completas, vol. IV [Textos inéditos y olvidados...], ed. Miguel Angel Fernández, 1990)

Zenón Bogado Rolón

(Guairá, 1954)

Poeta (de versos en guaraní) e investigador cultural. Miembro de la Sociedad de Artistas y Escritores Guaraníes y activo luchador en pro de la cultura indígena, Zenón Bogado Rolón es co-autor de Ko’é rory (1978) –un poemario colectivo (en colaboración con Juan B. Jiménez y Víctor Benítez)– y autor de Ayvu Pumbasy / Música de la palabra (1994), un poemario bilingüe, y de tres colecciones de poemas en guaraní: Tomimbi (1990), To-vera (1990) y Toyayái (1992), respectivamente.

NDÉ TU

Karaí Félix de Guarania a don Félix de Guarania,

ñe’etyguá arandúpe sabio morador del

jardín de la Palabra

Ndé reñandu Tú sientes

Ñembyahyi, Hambre,

Mba’asy, Enfermedad,

Mboriahu, Miseria,

Tekoapyti. Esclavitud.

Ndé rehecha Tú ves

Ñemboyke, Marginaciones,

Jejahei, Insultos,

Ñenupa, Golpes,

Ñemose, Desarraigos,

Ha opaite mba’e Todo lo que

Tekove Ensucia

Omongy’áva La vida.

Ndé rehendu Tú oyes

Ñe’e, Palabras,

Tase, Llantos,

Jahe’o, Lamentos,

Sapukai Gritos

Ha pochy. Y rabia.

Ndé rehetu Tú hueles

Syva, Frentes,

Juru, Bocas,

Pytu, Alientos,

Apyngua, Narices,

Nambi, Orejas,

Pire, Piel,

To’o, Carne,

Tuguy, Sangre,

Tuju Barro

Rykue nero. Podrido.

Ndé, Tú,

Péicha reiko Así existes

Ko’e, Mañana,

Asaje, Tarde,

Ka’aru, Crepúsculo,

Pyhare, Y noche,

Ha ita ho’a Y una piedra cae

Ombotyai Enturbiando

Ne koraso ykua. La clara fuente

De tu corazón.

Ne rembikuaá La raíz

Rapo, De tu conocer,

Ndé ruguy rape La senda de tu sangre

Ipoty jera sarambi Florece suelta y dispersa

Ñande ypykue mayma Sobre la vida

Rekove ári: De nuestras multitudes

[ancestrales:

Pai Tavytera, Maskoi, Pai Tavytera, Maskoi,

Ava Chiripa, Nivaclé, Ava Chiripa, Nivacle,

Mbya Guarani, Chulupi, Mbya Guaraní, Chulupi,

Ache Guajaki, Ma’ka, Ache Guajaki, Ma’ka,

Ava Apytere, Choroti, Ava Apytere, Choroti,

Lengua, Guana, Angaite, Lengua, Guana, Angaite,

Sanapana, Chamakoko, Sanapana, Chamakoko,

Moro ha Toba Moro y Toba

Mbiay’uhei rembipotápe, Mbiay’uhei en su deseo,

Hemimo ame, En su juicio,

Hembiroviápe, En su creencia,

Iñe’a kuápe... En la honda gruta de su alma...

Ha ndé reipota, Y tú, deseando,

Reha’aro, Esperando,

Reikuaá Sabes

Oipeju aguiba Que viene soplando

Yvytu pyahu Un viento nuevo

Resai, piro’y, Sano y fresco,

Tetayguá opavave Aurora, libertad, aliento

Ko’ejú save’y pytura. [venidero

Del ser humano.

(De: Tomimbi, 1990; traducción de Tracy Lewis)

Esteban Cabañas

(Concepción, 1937)

Artista plástico, poeta, narrador y dramaturgo. Aunque arquitecto de profesión, Esteban Cabañas –seudónimo con el que el conocido pintor Carlos Colombino firma habitualmente sus obras literarias– es autor de varios poemarios que incluyen, entre otros: Los monstruos vanos (1964), El tiempo, ese círculo (1979), Los cuatro lindes (1981), Desentierro (1982) y Premoniciones (1986). Cabañas-Colombino también es autor de Momento para tres (1981), una breve pieza teatral (escrita en 1958), y de dos novelas: De lo dulce y lo turbio (1997) y El dedo trémulo (2002; Premio Municipal de Literatura), su obra más reciente.

RECONOCE LA MASCARA

La palabra es la casa del ser.

HEIDEGUER

Reconoce la máscara

al hundir su boca

en esa oscuridad

sin palabras

que el ser no tiene casa

sino tan sólo la mueca

ese recuerdo del hastío

huella de alguna vez

de un viento de ironía

de algún beso

de algún verano que pasó la tarde

rumiando su historia entre los árboles.

Pero esa boca

de pena se desgaja

de lugar en lugar

buscando el sitio

de su casa perfecta.

La maldición es vasta:

también se sabe

condenada a la búsqueda.

SOMBRA DE TIGRE...

Sombra de tigre y de sabueso

rostro de tirano

el dedo que detiene la tormenta

se enreda y adelgaza

para formar un filo:

el puñal que asegure

tu corazón furtivo

sobre el propio estandarte

de un sueño despeñado.

SOBRE EL CUERPO...

Sobre el cuerpo del aire

un paso que desanda

otoños ateridos y palomas de piedra.

Una antigua tristeza se apretuja

para poner su nido en la palabra

deshojada en el temblor del día

en el desvencijado armazón

de esta premura

en la caída de un sueño

sobre el tumulto de la noche

entre los árboles quemados.

Pandorga atrapada por sus propios hilos

con el papel sangrando

con retazos de un vuelo

destrozado:

aquel que inventa siempre

un rostro diferente

y le clava en los ojos

su última mirada.

(De: Premoniciones, 1986)

Hérib Campos Cervera

(Asunción, 1905 - Buenos Aires, 1953)

Poeta y periodista. Considerado el poeta más importante de la "generación del 40", Hérib Campos Cervera es también uno de los padres, junto a Gabriel Casaccia en narrativa y a Julio Correa en teatro, de la literatura paraguaya contemporánea. Obligado a dejar su país por circunstancias políticas en 1947, varios de sus poemas reflejan la nostalgia por su tierra natal y el dolor implícito en su condición de exiliado en Buenos Aires, donde residió hasta su inesperada muerte en 1953. Un año antes había escrito una obra teatral, Juan Hachero, que la completó en cinco días (5-9 de diciembre, 1952). Aunque sólo tiene dos libros de poesía, Ceniza redimida (1950) y Hombre secreto (publicado póstumamente en 1966), su influencia ha sido decisiva en la literatura paraguaya en general, y profunda en la obra de dos conocidos escritores contemporáneos: Elvio Romero y Augusto Roa Bastos. De aparición póstuma más reciente son sus Poesías completas y otros textos (edición a cargo de Miguel Angel Fernández), libro publicado por Editorial El Lector en 1996 y obra que incluye Juan Hachero, además de varios otros textos hasta entonces inéditos.

UN PUÑADO DE TIERRA

I

Un puñado de tierra

de tu profunda latitud;

de tu nivel de soledad perenne;

de tu frente de greda

cargada de sollozos germinales.

Un puñado de tierra,

con el cariño simple de sus sales

y su desamparada dulzura de raíces.

Un puñado de tierra que lleve entre sus labios

la sonrisa y la sangre de tus muertos.

Un puñado de tierra

para arrimar a su encendido número

todo el frío que viene del tiempo de morir.

Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda

para que me custodie los párpados de sueño.

Quise de Ti tu noche de azahares;

quise tu meridiano caliente y forestal;

quise los alimentos minerales que pueblan

los duros litorales de tu cuerpo enterrado,

y quise la madera de tu pecho.

Eso quise de Ti

–Patria de mi alegría y de mi duelo–;

eso quise de Ti.

II

Ahora estoy de nuevo desnudo.

Desnudo y desolado

sobre un acantilado de recuerdos;

perdido entre recodos de tinieblas.

Desnudo y desolado;

lejos del firme símbolo de tu sangre.

Lejos.

No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,

ni el asedio nocturno de tus selvas.

Nada: ni tus días de guitarra y cuchillos,

ni la desmemoriada claridad de tu cielo.

Solo como una piedra o como un grito

te nombre y, cuando busco

volver a la estatura de tu nombre,

sé que la Piedra es piedra y que el Agua del río

huye de tu abrumada cintura y que los pájaros

usan el alto amparo del árbol humillado

como un derrumbadero de su canto y sus alas.

III

Pero así caminando, bajo nubes distintas,

sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,

de golpe te recobro.

Por entre soledades invencibles,

o por ciegos caminos de música y trigales,

descubro que te extiendes largamente a mi lado,

con tu martirizada corona y con tu limpio

recuerdo de guaranias y naranjos.

Estás en mí: caminas con mis pasos,

hablas por mi garganta; te yergues en mi cal

y mueres, cuando muero, cada noche.

Estás en mí con todas tus banderas;

con tus honestas manos labradoras

y tu pequeña luna irremediable.

Inevitablemente

–con la puntual constancia de las constelaciones–,

vienen a mí, presentes y telúricas:

tu cabellera torrencial de lluvias,

tu nostalgia marítima y tu inmensa

pesadumbre de llanuras sedientas.

Me habitas y te habito:

sumergido en tus llagas,

yo vigilo tu frente que muriendo, amanece.

Estoy en paz contigo;

ni los cuervos ni el odio

me pueden cercenar de tu cintura:

yo sé que estoy llevando tu Raíz y tu Suma

sobre la cordillera de mis hombros.

Un puñado de tierra:

Eso quise de Ti

y eso tengo de Ti.

(De: Ceniza redimida, 1950)

PEQUEÑA LETANIA EN VOZ BAJA

Para el recuerdo de Roque Molinari Laurin.

–Donde estuviere.

Elegiré una Piedra.

Y un árbol.

Y una Nube.

Y gritaré tu nombre

hasta que el aire ciego que te lleva

me escuche.

(En voz baja.)

Golpearé la pequeña ventana del rocío;

extenderé un cordaje de cáñamo y resinas;

levantaré tu lino marinero

hasta el Viento Primero de tu Signo,

para que el Mar te nombre.

(En voz baja.)

Te lloran: cuatro pájaros;

un agobio de niños y de títeres;

los jazmines nocturnos de un patio paraguayo.

Y una guitarra coplera.

(En voz baja.)

Te llaman:

todo lo que es humilde bajo el cielo;

la inocencia de un pedazo de pan;

el puñado de sal que se derrama

sobre el mantel de un pobre;

la mirada sumisa de un caballo,

y un perro abandonado.

Y una carta.

(En voz baja.)

Yo también te he llamado,

en mi noche de altura y de azahares.

(En voz baja.)

Sólo tu soledad de ahora y siempre

te llamará, en la noche y en el día.

En voz alta.

ENVIO

Hermano:

te buscaré detrás de las esquinas.

Y no estarás.

Te buscaré en la nube de los pájaros.

Y no estarás.

Te buscaré en la mano de un mendigo.

Y no estarás.

Te buscaré también

en la Inicial Dorada de un Libro de Oraciones.

Y no estarás.

Te buscaré en la noche de los gnomos.

Y no estarás.

Te buscaré en el aire de una caja de músicas.

Y no estarás.

(Te buscaré en los ojos de los Niños.

Y allí estarás.)

(1948)

(De: Ceniza redimida, 1950)

PALABRAS DEL HOMBRE SECRETO

Hay un grito de muros hostiles y sin término;

hay un lamento ciego de músicas perdidas;

hay un cansado abismo de ventanas abiertas

hacia un cielo de pájaros;

hay un reloj sonámbulo

que desteje sin pausa sus horas amarillas,

llamando a penitencia y confesión.

Todo cae a lo largo de la sangre y el duelo:

mueren las mariposas y los gritos se van.

Y yo, de pie y mirando la mañana de abril!

Mirando cómo crece la construcción del tiempo:

sintiendo que a empujones

me voy hacia el cariño de la sal marinera,

donde en los doce tímpanos del caracol celeste

gotean eternamente los caldos de la sed!

¡Dios mío! –Si no quiero otra cosa

que aquello que ya tuve y he dejado,

esas cuatro paredes desnudas y absolutas;

esa manera inmensa de estar solo, royendo

la madera de mi propio silencio

o labrando los clavos de mi cruz.

¡Ay, Dios mío!

Estoy caído en álgidos agujeros de brumas.

Estoy como un ladrón que se roba a sí mismo;

sin lágrimas; sin nada que signifique nada;

muriendo de la muerte que no tengo;

desenterrando larvas, maderas y palabras

y papeles vencidos;

cayendo de la altura de mi nombre,

como una destrozada bandera que no tiene soldados;

muerto de estar viviendo de día y en otoño,

esta desmemoriada cosecha de naufragios.

Y sé que al fin de cuentas se me trasluce el pecho,

hasta verse el jadeo de los huesos, mordidos

por los agrios metales de frías herramientas.

Sé que toda la arena que levanta mi mano

se vuelve, de puntillas, irremisiblemente,

a las bodegas últimas

donde yacen los vinos inservibles

y se engendran las heces del vinagre final.

¡Cuánto mejor sería no haber llegado a tanto!

No haber subido nunca por el aire de Abril,

o haber adivinado que este llevar los ojos

como una piedra helada fuera lo irremediable

para un hombre tan triste como yo!

Dios mío: si creyeras que blasfemo,

ponme una mano tuya sobre un hombro

y déjame que caiga de este amor sin sosiego,

hacia el aire de pájaros y la pared desnuda

de mi desamparada soledad!

(1951)

(De: Hombre secreto, 1966)

Jorge Canese

(Asunción, 1947)

Poeta y narrador. Médico de profesión y profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de Asunción, Canese integra la denominada "promoción del 70" y ha estado viculado a la segunda época de la Revista Criterio (1976-77). De sus numerosos poemarios publicados se destacan los siguientes títulos: Más poesía (1977), Esperando el viento (1981), Paloma blanca, paloma negra (1982) –uno de los pocos libros censurados y secuestrados (durante la dictadura de Stroessner) el mismo año de su publicación–, Aháta aju (1984), De gua’u [La gente no cambia] (1986), Kantos del akantilado (1987), Alegrías del purgatorio (1989), Indios-go-home/Accidentes en la vía húmeda (1994) –breve edición con dos textos que lleva, apropiadamente, doble título– y Amor puro y sincero (1995). En narrativa es autor de ¿Así-no-vale? (cuentos; 1987), Stroessner roto (novela; 1989), Papeles de Lucy-fer (género mixto: novela-poesía-ensayo; 1992), En el País de las Mujeres (cuentos; 1995), Apología a una silla de ruedas (1995), librito que reúne cuatro breves ensayos satírico-paródicos sobre la problemática nacional, y Los halcones rosados (novela; 1998). Canese es también iniciador y editor de "Ediciones de entrecasa", editorial fundada en 1993 pero presentada públicamente con sus primeros tres lanzamientos en febrero de 1997.

¡A CALLAR!

Aprendí a callar,

a sonreír

cuando era absolutamente necesario,

a correr, a no sentir,

a amar sin que se note,

a comer sin placer,

a olvidar pronto,

a vivir solo,

a pensar en los demás

para no pensar en uno mismo

y a rezar para no despertarme,

porque a veces

(aún a pesar de todo)

a uno le entran ganas de vivir

y como el monstruo sigue firme

a nuestro lado

no nos queda más remedio que olvidar

y recurrir a la oración,

al maratonismo y al silencio

para seguir huyendo y temiendo,

para no pensar

que algún día

las cosas puedan ser de otra manera.

(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. II, 1986)

A TODA MAQUINA

Escribo.

Yo no sé, no quisiera

(centellazo amarillo),

hay un semáforo que empuja,

son mis monstruos queridos

que llegan cabalgando en patas de viento

(¡este empalagoso apego por los monstruos sagrados!).

Tranquilos, muchachos, no alboroten,

que así no sale nada.

En fin (primer intento): escribo,

a toda máquina

quisiera contarles mi vida,

mis muertos

teñidos siempre de negro, de verde.

No sé. El mundo que nos queda (ya lo dije)

no es nuestro.

Escribo: adiós,

amarillo a toda máquina.

FINAL DEL SIGLO 20

Mancho mi nombre,

desciendo exprofeso a los infiernos

para mirar desde aquí tu nada,

tu silencio atragantado.

¡Salvarse!, vaya pretensión orgullosa.

Final del siglo 20:

el botón de retroceso no responde

y parado

espero una caricia que nunca llegará

porque no existe,

porque estoy perdidamente equivocado.

Monigotes.

Múltiples monigotes, camafeos,

cuadrúpedos alados,

insectos de conventillo.

Mentiras. Pavadas.

Mañana. Vení mañana,

que te preparo té inglés con tostadas y todo.

(De: Aháta aju, 1984)

Gladys Carmagnola

(Guarambaré, 1939)

Poeta y docente. Miembro de la Sociedad de Escritores y del Pen Club del Paraguay, ha publicado una decena de libros de poesía, varios poemarios conmemorativos (1979, 1982 y 1988) y parte de su obra ha sido incluida en diversas antologías y publicaciones literarias tanto nacionales como extranjeras. Aunque se ha dedicado a la creación poética desde muy joven, sus primeros libros publicados fueron considerados de "poesía infantil" y son: Ojitos negros (1965), Navidad (1966), Piolín (1979 y 1985) y Lunas de harina (1999). Sus poemarios posteriores, "para adultos", incluyen: Lazo esencial (1982), A la intemperie (1984) –obra donde recoge algunos de sus primeros poemas, de comienzos de la década del 60–, Igual que en las capueras (1989), distinguida con el Premio de Poesía "José María Heredia" de la Asociación de Críticos de Arte de Miami, Estados Unidos (1985), De-positaria infiel (1992), poemario ganador del Premio (único) de Poesía del Instituto Cultural Paraguayo-Alemán (1992), Un sorbo de agua fresca (1995; Premio El Lector), obra que le ganó en 1996 el Premio Municipal de Literatura, compartido ese mismo año con Jacobo Rauskin (por su libro de poemas Fogata y dormidero de caminantes aparecido en 1994), Territorio Esmeralda (1997), Un verdadero hogar (1998), Banderas y señales (1999) y Río Blanco y antiguo (2002). Tiene también un par de libros inéditos: Para reconocernos como hermanos, obra finalista en el concurso poético del Ateneo Casablanca, de Córdoba, España (1989), y Ceniza y llamarada, obra que obtuvo el accésit en el Concurso Quinto Centenario convocado por la Embajada de España en Paraguay (1990). Además de su prolífica producción poética, Gladys Carmagnola es editora de las colecciones de poesía infantil Corcel y Piolín.

A LA INTEMPERIE

Deja en mi reposo una flor.

A mí, déjame afuera.

No amo encierros de cárcel.

Yo quisiera

quedar así nomás

con besos de luciérnagas

y lluvias en la cara.

Entonces sí todo valdría la pena

–y que tal vez el viento me llevara

ceniza ya; y que tú comprendieras

que si he dejado el alma a la intemperie

preferiré seguir de la misma manera.

Entierra ya el jazmín.

A mí, déjame afuera.

(1965)

NOSTALGIA

¿Por qué este aroma que me trae el viento

me inunda de nostalgia, de recuerdos?

(Pétalo azul,

agua,

ternura,

cielo...)

Aquel amor

¿fue amor?

¿ha sido todo cierto?

Este aroma que vive desde entonces

¿es auténtico?

(1967)

PARA DECIR AMOR

Para decir amor necesitamos

despojarnos de sílabas impuras;

abrir la realidad, y de su entraña

elegir de entre todas las verdades, tal vez una.

Para decir amor ¿ayuda comprender

que el ser tiene sus letras ineludiblemente ocultas

en la brutal certeza de una palabra

hecha de tierra oscura?

Para decir amor necesitamos vivir.

(Y vivir no es hacer con nuestras dudas un paquete al

[cual dar pronta y piadosa sepultura,

sino entender que aunque enterremos todas

habrán quedado siempre varias insepultas.)

Para decir amor...

¿Decir?

¿Amor?

¿Y por qué no aceptar esta verdad

sin evasivas, sin rebeldías turbias,

sin

excusas?

¿Por qué sencillamente no aprendemos a amar

mientras vivimos esta larga búsqueda?

(1981)

CONFESION

Sí.

Yo llamé a tu puerta día tras día

y mendigué cuanto pudieras darme

–como una pordiosera.

¿Por qué hablo en pasado?

Todavía

tiendo mi mano a ti cuando la tarde

disimula mi angustia y mi vergüenza.

Te amo más que nunca

y tu avaricia me duele siempre igual;

pero dejarte,

yo,

Poesía,

¿dejarte?

¡Muerta!

(1982)

(De: A la intemperie, 1984)

COMO SI NADA

Entonces Dios andaba

llenando todos los rincones de la casa.

Cuánta paciencia. Sí, Señor, cuánta paciencia:

ir y venir, así, como si nada...

mientras crecían las hojas,

se hacían fuertes las ramas

y el Río seguía su curso

con su corriente clara.

Hoy sé que no es posible

volver atrás las páginas

salvo para encontrar que cada letra

ha sido utilizada

para dar forma a ese vocablo justo,

a esa oración exacta.

El riesgo, en oportuna y justa dosis,

fecundó la semilla y la hizo planta.

Sin pruebas: bajo el sol, multplicado

en flores, frutos, ramas,

se evidencia que fue creciendo lentamente

con el caudal del Río, el de la palabra.

Por eso. Y es mejor así: el hoy es hoy.

El ayer aún existe. Ya llegará el mañana.

OLVIDO

Prehistórico río-vida, antiguo río-amor, reciente

río-desdicha:

aquí o allá, de un lado a otro,

inclaudicable, fiel, ineludible, vas conmigo.

Y voy en ti, a ti –libre– amarrada

con ese amor de entonces:

sabor de pan y olor de mandarinas,

de lirios blancos, de garúa finísima,

de guantes de algodón y de banderas

blancas...

Sigues el mismo. Y serás igual

cuando llegue a la aldaba

y llame

nuevamente a la puerta

sin prisa, sin testigos,

ya sin miedo ni amarras,

a ver si te me abres de tal modo

que, abandonando algunos hábitos y ritos,

andemos juntos

–viejos camaradas,

nuevamente juntos–

la oscura primavera del olvido

que letra a letra

definitivamente con nosotros vaya

no al Mar de la Tranquilidad

ni al océano de los despojos

sino a la tierra firme,

prometida comarca,

donde después del largo viaje,

pueda, por fin tranquila, echar las anclas.

(De: Río Blanco y antiguo, 2002)

Gabriel Casaccia

(Asunción, 1907 - Buenos Aires, 1980)

Cuentista, novelista, dramaturgo y periodista. Considerado el fundador de la narrativa paraguaya contemporánea, Casaccia vivió la mayor parte de su vida en la Argentina, donde también escribió y publicó casi todas sus obras y donde falleció en noviembre de 1980. El total de su producción literaria consta de diez títulos que incluyen siete novelas, dos colecciones de cuentos –El Guajhú (1983) y El pozo (1947)– y una obra de teatro en un lapso de cincuenta años: en 1930 apareció Hombres, mujeres y fantoches, su primera novela, y en 1980, pocos días antes de su muerte, terminó el manuscrito de Los Huertas (novela publicada póstumamente en 1981), su último libro. Sus obras más importantes son tres novelas: La babosa (1952), La llaga (1963) y Los exiliados (1966), dos de las cuales (La llaga y Los exiliados) han sido premiadas en concursos internacionales. Su única obra no publicada en Buenos Aires, Los herederos, apareció en España en 1975.

LA FUGA

Se sentó y enseguida se levantó. Caminó un rato por la pieza. Parecía que dudaba entre salir y quedarse. Daba la impresión de que estaba impaciente e intranquilo. Fue hasta la puerta y quedóse un rato indeciso con el picaporte en la mano. Era una mano larga, flaca y llena de manchas. Giró a medias el picaporte y vacilando lo soltó. Se llevó la mano derecha a la boca para atusarse un bigote inexistente. Entonces recordó que esa mañana en casa de Olazábal, donde se había cambiado apresuradamente sus ropas de militar por un traje que le prestó su amigo, se afeitó los bigotes para desfigurar en parte su rostro tan conocido en Asunción. Sus ojos negros, pestañudos, miraban hacia adelante como alelados. De pronto, su mirada perdió esa expresión de vaguedad, y se fijó en la lámpara que estaba sobre la mesa, como si la viese por primera vez. Lo que más le gustaba de esa lámpara era su pie de porcelana con flores en relieve. Era una antigua lámpara de kerosén transformada en lámpara eléctrica. Esa lámpara estuvo muchos años en la sala de su tía Juanita, una solterona amable y conversadora, que se la obsequió cuando lo ascendieron a capitán. Las veces que iba a casa de su tía ponderaba esa lámpara, y tantas veces lo hizo, que su tía lo interpretó como una forma discreta de pedírsela, y se la regaló. Pero era una torpeza y pérdida de tiempo que en este momento se pusiera a pensar en cosas ajenas a su crítica situación. Debía tomar una resolución, o esconderse unos días, o ahora mismo, aprovechando la oscuridad de la noche, cruzar la ciudad e ir hasta el río a embarcarse en un bote que lo llevase a tierra extranjera... Creyó oír los pasos del centinela que durante tres años de prisión, hasta el día anterior, pasaba y volvía a pasar por delante de la puerta de su celda. Noche y día, día y noche. Se había repetido tanto ese ir y venir, que ahora, ya lejos de la prisión, aún lo creía oír. Tres años preso es mucho tiempo para que no dejen huellas profundas en el espíritu y en la memoria, y uno no se lleve consigo esos recuerdos adonde vaya. Tal vez nunca más se le borrasen. Viviría el resto de sus días como rodeado siempre por los cuatro muros de la celda... Fue una imprudencia, que podría comprometer a Olazábal, haberle dejado su uniforme. Olazábal no era militar, y si la policía encontraba un uniforme en su casa enseguida sospecharía que era el suyo y con los interrogatorios conseguirían el resto. Seguro que la casa de Olazábal sería el primer sitio adonde caería la policía, a husmearlo y escarbarlo todo, como perros que buscan un hueso. Le hablaría por teléfono, pero el teléfono que solía estar sobre aquella mesita, no estaba. ¡Claro! Después de tres años sin nadie que pagase las facturas, lo habrían retirado. No se puede estar tres años preso y a la vez conservar el teléfono, a no ser que alguien lo pague. De nuevo le pareció oír los pasos del centinela, tan precisos y fuertes resonaban, que Diego Almada abrió la puerta y se asomó a mirar afuera. Una oscuridad profunda se extendía más allá de la puerta, tan honda como si estuviese en el borde de un abismo sin fondo. Una oscuridad verdaderamente impresionante como no la había visto en toda su vida... Olazábal no era tonto, y ya habría hecho algo con el uniforme. Durante un año había planeado esta fuga con Olazábal, todos los detalles, uno por uno. Lo más difícil fue descolgarse por el alto muro con la cuerda que Olazábal había conseguido hacerle llegar por medio de esa chipera que vendía chipá y asucapé en la cárcel. Pero lo que más facilitó su huida fue el uniforme que llevaba puesto. Eso sí que era algo incomprensible y a la vez providencial que le permitieran usar su uniforme en la prisión. Con el uniforme, los soldados y guardias lo tomaron por un jefe de los tantos que andaban por allí... Al dar unos pasos le pareció tropezar con la banqueta de la prisión. Se agachó para recogerla y entonces advirtió que era una pequeña silla baja de la salita. La había confundido con la banqueta. No se liberaría nunca de ese pasado odioso. Cualquier objeto, cualquier ruido los confundía con recuerdos de sus tres años de encierro. De seguir viviendo así mejor era volver otra vez a la prisión, porque su libertad era aparente... Al meter la mano en uno de los bolsillos del saco de Olazábal encontró un papel. Era el recorte de una hoja de diario. Lo desdobló y leyó un título a tres columnas. "El capitán Diego Almada se fugó de la prisión. Se espera detenerlo de un momento a otro". Y luego se relataba de cómo había escapado y se referían sus antecedentes de peligroso conspirador político. Muchos datos de la fuga eran inexactos, inventados por el cronista. Estaba recortado de un número de La Tribuna del cinco de mayo, y hoy era cinco de julio. Eso lo sorprendió mucho a Almada, porque esa crónica narraba su fuga de la noche antes como si hubiese ocurrido dos meses atrás. ¡Qué extraño! Pero si la crónica a pesar de sus errores e inexactitudes de detalles fuera exacta en cuanto a la fecha, ¿dónde había estado durante esos dos meses, entre el momento de su fuga y la llegada esta noche a su casa? Se le ocurrió que si su fuga hubiese ocurrido dos meses atrás no podría recordar con la precisión con que recordaba el empleo de su tiempo en el día de ayer, minuto a minuto. Se había levantado a las seis de la mañana al toque de la campana; luego había ido, con otros presos políticos, al retrete y a lavarse en unas piletas en el patio. Después, tomó su mate cocido con un pedazo de pan duro como piedra. Media hora de recreo, etc., etc. Pero de pronto se turbó porque todo lo que hizo la víspera de su fuga pudo hacerlo dos meses atrás, porque durante los tres años de prisión todos los días fueron iguales, repetidos, y no podía decir cuál era anterior o posterior. Desde el primero al último todos con el mismo calor, las mismas miserias y las mismas palabras. Recogió el recorte que había dejado caer al suelo. Comenzó a leerlo de nuevo. Podía ser también otro capitán Almada. En Asunción había otros Almadas, y como en la crónica daban dos o tres detalles que no coincidían con lo sucedido en su fuga, podía tratarse de otro escapado. El no había amordazado ni desnudado a un guardia para vestirse con su uniforme y confundirse con los otros guardias. Sin duda que no se trataba de su fuga, sino de la de otro Diego Almada, también capitán como él. Otro Almada que había huido de la prisión dos meses antes... Creyó oír de nuevo los pasos del centinela. Lo obsesionaba y torturaba ese recuerdo. Su vida estaba ya rota, herida para siempre por esa sensación infame del centinela pasando y repasando por delante de su puerta. Donde fuese lo perseguiría ese recuerdo hediondo. Le sería imposible vivir con ese recuerdo, porque la verdad es que hay recuerdos que corrompen toda una vida y a los cuales sólo se los puede borrar borrándose uno del mundo. Y el capitán Almada sacó del bolsillo de su pantalón una lima, cuya punta la había ido afilando, y afilando, en esos tres años de prisión, hasta ponerla aguda como un alfiler. La llevaba consigo tal vez con la idea subconsciente de que llegaría este momento. Creyó oír ruido detrás de la puerta. Posiblemente lo estarían esperando afuera para apresarlo nuevamente. Recordó que el diario decía que esperaban detenerlo de un momento a otro. Tenía que liberarse de esa persecución. Borrarla definitivamente con la punta de la lima. Se abrió la camisa. Sobre el pecho desnudo, en el sitio del corazón, apareció un pequeño círculo rojo. Lo miró asombrado. No recordaba haberlo visto antes. Podría ser que se lo hubiese dibujado en la prisión mientras afilaba pacientemente su lima, en todo ese tiempo que estuvo preso. Se arrodilló, apoyó la punta de la lima en el centro del círculo rojo y sintió como la punta afinada penetraba lentamente en su carne, sin dolor, sin perder una gota de sangre, como si la lima no lo hiriese, como si en lugar de ser un hecho terrible fuera un juego. Y de pronto comenzó a sonar desesperadamente el teléfono. El capitán Almada comprendió que era Olazábal que, angustiado por su preocupación de que encontrasen el uniforme, lo llamaba para avisarle que lo había quemado. Como no tenía fuerzas para levantarse, extendió una mano en dirección del teléfono, y al querer agarrarlo, cayó de espaldas. Fue en ese momento que recordó que ese dibujo en el pecho no se lo pintó en la prisión, sino cuando niño, con la misma tinta roja con que hacía sus deberes de escolar un día en que jugando quiso saber el sitio en que tenía el corazón.

(De: El pozo, 1947)

Mario Casartelli

(Asunción, 1954)

Poeta, músico y dibujante. Miembro de la denominada "promoción del 80", hasta la fecha ha publicado cinco poemarios: La rosa de tus días (1982), Contrapunto (1988; Premio El Lector), Sagrada irreverencia (1993; Premio El Lector), Monodia del verano (1993), bajo el pseudónimo de Braulio Gamarra, y Acuérdate que te espero (1996). Este último libro reúne medio centenar de poemas amorosos, seis de los cuales ya habían aparecido en algunos de sus volúmenes anteriores. Como cantante y compositor musical, editó en 1985 la cinta Según el color del cristal. En 1992 obtuvo el Segundo Premio con su canción "A un hermano del futuro", en el concurso de la composición nacional "José Asunción Flores". También es dibujante, caricaturista y humorista gráfico, y desde hace mucho se desempeña como tal en el diario vespertino Ultima Hora.

SALVACION

Un hombre acorralado

por silla, mesa, radio y otras cosas;

con angina de angustias en el pecho

–una culpa, quizás, o una tristeza–,

y no con la ilusión de la esperanza

sino con la desfalleciente voluntad

del náufrago en las olas

que siente que se agotan sus brazadas

aún lejos de la orilla;

un hombre acorralado entre paredes,

con plena certidumbre

de que en nada le ayuda salir hacia las calles,

intenta hallar alivio en las palabras

o en la meditación.

Pero fracasa.

Y al asomar su rostro a la ventana

a ver si alguna luz del horizonte

le guarda entre la niebla algún consuelo,

ignora que sus lágrimas ya inician

la lenta salvación.

(De: Contrapunto, 1988)

VERTEDERO

Cuando niño, se escapaba algunas siestas para hurgar en el vertedero de basuras del barrio, de donde surgían muñecas rosadas sin brazos, novelas deshojadas de amor, pelotas para siempre desinfladas y, en fin, otras cosas menos dignas de mención. Moscas infaltables danzaban felices en ese reino de inmundicias. Pero él vivía la aventura como un cuento mágico.

El otro rostro de la realidad quiso una tarde que sus blandos pies probaran sin querer el borde roto de una taza de porcelana. Más que el susto enojoso de su padre se le grabó, indeleble en el pecho, esa mirada cargada de afecto que desde entonces lo acompañó como si fuese un Angel de la Guarda. Quizá por eso nunca cedió a las advertencias de peligro. Una mañana preguntó a su madre por su destartalado camioncito de madera. Y ella le respondió que el recolector de basuras se lo había llevado.

Esa misma siesta fue a buscar aquel juguete. Y, luego de su paciente búsqueda de aguja en un pajar, lo encontró entre los interminables desechos. Mamá tenía razón: tan maltrecho estaba el camioncito que hubiese sido inútil cualquier intento de reparación. De modo que lo más acertado era dejarlo allí. Resignado, sintió que un pedazo de sí se desprendía para siempre. Y recordó que sus mayores solían decir que todo aquello que uno pierde lo recupera en el más allá. Pasó un día, una semana, y esa tenue esperanza fue apagada por el tiempo, cuando el tiempo se encargó de mudar el vertedero a otro sitio de la ciudad.

El barrio y el niño dejaron de ser niños, y sobre aquellos escombros creció una calle empedrada con casas relucientes.

Medio siglo después, otro niño en otro vertedero halló el retrato carcomido de un hombre envejecido. Nunca entendió por qué, en un fugaz parpadeo, creyó ver salir del retrato el es-pectro de un niño que iba al encuentro de un antiguo camioncito de madera.

(De: Sagrada irreverencia, 1993)Víctor R. Casartelli

(Puerto Pinasco, 1943)

Poeta. Ex-presidente y miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay, (SEP) y de la Academia de la Lengua, Víctor Casartelli ha desempeñado y sigue desempeñando una activa campaña de promoción cultural. Actualmente es agregado cultural de la Embajada de Paraguay en el Perú. Es autor de cuatro poemarios: Todos los cielos (1987), su primer libro, La transparencia de los días (1990; Premio El Lector), La vida que vivimos (1992) y La emoción que no cesa (2001). Tiene también poemas publicados en revistas literarias y antologías nacionales y extranjeras.

POESIA

a Li Tai Po, que estará

bebiendo vino en las estrellas

Esta pasión secreta que nos mueve

a descifrar los símbolos, los sueños,

para cifrar con ellos la certeza,

¿es pasión en verdad o es la quimera

de urdir algunos versos con la trama

del amor, el dolor y la belleza?

Temblando ante la flor que se abre al mundo;

extático ante el beso o la mirada

que se prodigan los amantes núbiles

o sollozando sobre el pecho frágil

de los desamparados,

mi propia voz responde,

malabarando el verbo que se vuelve

–para mi corazón desguarnecido–

canción a la hermosura,

saeta del amor,

amparo en la tormenta.

ENTRE EL PERRO Y EL NIÑO, UN CORDEL

a J. A. Rauskin

Pasan despacio y son dos perfiles distintos en la esparcida luz sobre la acera. Tampoco idéntica lumbre les fulge en la sien; porque aún está en ciernes la razón en el niño y desde siempre maduro el instinto en el perro. Pero entre ambos tiembla un nexo divino, que jamás será traílla ni soga opresora, sino simple cordón umbilical por donde fluye un diálogo secreto y discurren, invisibles, el candor y la pureza en deífico engarce: el cordel. "El niño lleva un perro", dicen. Pero es el perro quien delante guía y conduce. Y quien, cuando el aire gira regresante, en ademán alerta olfatea, huele, husmea y, de súbito, para. Ya levanta las orejas: observa, escucha, atiende. Y con suave tirón, tal vez caricia imperceptible, conduce al niño hacia otra vida, hasta aquélla que late escondida, guarecida, temerosa del fragor impiadoso de la carrera humana: entre rotos ladrillos de un muro en ruinas, algún insecto erige todavía el mundo verdadero. Y niño él, ahora con ojos tan abiertos de tanto azoro, ya es descubridor de un mundo cierto que nítido pervive entre el acoso de la arcilla transitoria.

Perro pastor, pastor lejano, sin rebaños que velar, vuelto acaso compañero apacible y misericorde, sin atisbo de asombro en sus pupilas, ahora velando un niño lúcido, plácido entre la inquieta jauría, allí donde la súplica es balido, y ladrido la palabra dura.

(De: Todos los cielos, 1987)

LUNA DE ASUNCION

Anocheces brillando en las cornisas

y en los buques dormidos en el puerto,

y amaneces marmórea, opacada

entre el claror del cielo allende el río.

IMAGEN RENOVADA

Cuando vengas al Sur

en busca del paraíso perdido,

no te olvides, viajero del norte,

de traer la filmadora

y la kodak instantánea,

pues no bastan los ojos

para mirar

la gracia de los niños

espiritados

que se afanan como limpiaparabrisas;

la burdel belleza de las adolescentes

tratadas;

el divertido disfraz del indio

de los indios;

la colorida lámina del payaguá

extinguido;

la humeante negrura de las ollas

populares,

aquí,

en este perdido paraíso.

(De: La emoción que no cesa, 2001)

 

Augusto Casola

(Asunción, 1944)

Poeta y narrador. Socio fundador de la Sociedad de Escritores del Paraguay y miembro del PEN Club del Paraguay desde 1973, Augusto Casola ha publicado, en poesía: 27 Silencios (1975) y Tiempo (2002); y en narrativa: El Laberinto (1972), su primera novela (premiada en 1972 por el PEN Club del Paraguay), La Catedral Sumergida (1984), una colección de relatos, Tierra de Nadie-Ninguém (2000), otra novela, y Segundo Horror (2001; Primer Premio "Roque Gaona 2001"), su novela más reciente. Tiene además poemas y cuentos incluidos en revistas literarias y antologías nacionales y extranjeras. Varios de sus relatos han sido distinguidos con menciones y premios diversos, entre ellos: "La princesa" (Primer Premio Concurso de la Cooperativa Universitaria, 1992) y "El muerto" (Mención de Honor del Cuarto Concurso del Club Centenario, 1994).

LA PRINCESA

Al cerrar tras de sí la enorme puerta de nogal, le acarició el rostro la brisa fresca fluyendo del paisaje del bosque y llegó a sus oídos el gorgoteo incesante del arroyo al correr por el cauce donde acaba la pendiente del valle, alfombrada de florecillas multicolores sobre las que ondulan mariposas en torbellinos de luz.

Contempló su habitación iluminada por el sol. La luz amortiguada cruza el denso cortinaje del amplio ventanal de molduras trabajadas hasta en sus mínimos detalles por las manos hábiles de los artesanos del reino.

La Princesa percibió el halo de felicidad de ese mundo donde la metamorfosis creada por ella, da origen al universo brillante y satisfecho que la rodea y al que alienta con los eflu-vios de su corazón, creando la incertidumbre extraña de sonido y luz que despierta a la vida a los juguetes, dispersos en de-sordenado contraste, dentro del ambiente mágico del recinto.

Ante su presencia de hechicera, tras un breve temblor, los pequeños seres vuelven a alentar y se integran al reverbero vegetal del horizonte, absorto en el tenue navegar de sus nubes.

Los soldados de plomo desfilan en ordenada sucesión de columnas elegantes.

Los tamborileros enloquecen en su felicidad de latón, golpeando en frenético y desacompasado ritmo los instrumentos que sostienen en la cintura con gruesos cinturones negros que destacan el rojo vivaz de los uniformes.

Las muñecas, coquetas y frívolas, sentadas en un rincón, vuelven a tomar el hilo de antiguas conversaciones interrumpidas y el saltimbanqui, todo rojo, verde y oro, evoluciona en temerarias acrobacias creando una red de arco iris policromos al cruzar el espacio en arriesgada sucesión de pies y manos que van y vienen, cortando, con un silbido, el aire fresco y puro que brota del paisaje del cuadro ubicado en una de las paredes de la habitación.

De allí se extiende, hacia el bosque pintado, el tornasol de arreboles que huyen de un poniente absorto. Los árboles liberan el susurro del viento adherido a sus hojas al sobresaltarse por el canturreo del arroyo que se desliza acariciando los vértices gastados de las rocas y el cantizal del fondo de su lecho.

Es gracias a ella que el cuarto se amalgama a la magia de ese alucinante caleidoscopio de colores, risas y sonidos, para crear el tiempo misterioso de vivir a través de la Princesa.

Claro que sus padres, el Rey y la Reina, no imaginan la fantástica cosmogonía de esa galaxia secreta. La fascinación acaba ni bien algún profano accede al recinto, que recupera de inmediato su aspecto deslucido y anodino de realidad. Ellos ven un dormitorio infantil desordenado y un cuadro desteñido y cursi colgado de la pared.

Las otras habitaciones del palacio siempre despertaron miedo en la Princesa. Salones desleídos que parecen esconder la amenaza de extraños sortilegios, desdoblando una ansiedad opresiva que la hace temblar de los pies a la cabeza cuando cruza frente a sus puertas cerradas.

La Princesa prestó atención al golpeteo de cascos proveniente de la avenida y supo reconocer el de los caballos blancos, enjaezados en plata y ungidos a la carroza por un rico juego de correaje de cuero resplandeciente, la parafernalia adecuada para los coches destinados a transportar a los príncipes y princesas del reino.

El traqueteo de las ruedas sobre el pavimento cesó cuando el vehículo se detuvo frente al portón del castillo y en su reemplazo, el taconeo de los botines de la Reina resonaron urgentes en el silencioso corredor que conduce al aposento de la Princesa.

Sonrió a sus amigos que uno tras otro volvieron a adoptar la máscara de juguetes comunes. Los colores fulgentes del cuadrito se replegaron hasta adquirir el tono opaco que se ofreció a los ojos de la Reina cuando abrió la puerta y tomó una mano de la niña, alejándola del cuarto.

Atravesaron el largo corredor de paredes oscuras que resudan su humedad añosa de dolor y lágrimas.

A la entrada del castillo se accede luego de recorrer un extenso sendero –flanqueado de rosales multicolores en constante floración– que va a desembocar ante el enorme portón de hierro labrado. Allí está el carruaje, cuyo delicado diseño causó en la Princesa, como siempre que lo veía, una inexplicable sensación de placer.

Ella misma no podría asegurar si la impresión era originada por las ruedas con engarces de piedras preciosas, por la nívea blancura de los asientos o por la espléndida sonrisa del joven paje que hace de conductor y de quien se sabe secretamente enamorada.

El la saludó con una breve pero elocuente inclinación del torso, quitándose el sombrero de plumas con el que tocaba siempre su cabeza rubia.

Los caballos blancos, empenachados, a duras penas contenían su fogosa inquietud de caminos mientras esperaban entre relinchos y resoplidos golpeando, en breves saltos, sus cascos contra el pavimento, marcando un ritmo que recordaba al de los alegres bailarines de mazurkas y polkas de las fiestas que eran frecuentes en los salones del Rey.

Los otros príncipes, los que subieron a lo largo del trayecto, la llamaban a gritos, riendo entre sí y haciendo morisquetas para urgirla a acompañarlos. Ellos también iban cubiertos de esplendorosos vestidos de ricas telas coloridas, el atuendo adecuado a los príncipes y princesas de su edad.

Giró hacia la Reina que inclinó el altivo porte para recibir un beso y luego, corriendo, la niña se dirigió al carruaje, donde la algarabía crecía por momentos.

Su madre no pudo evitar el secarse de la mejilla la humedad de la saliva depositada con el beso y lo hizo, como de cos-tumbre, aprovechando la distracción de la Princesa que subía a la carroza.

Al tiempo que el paje restallaba el látigo sobre las cabezas de los corceles de blancas crines, ricamente adornadas, la Princesa volvió hacia la Reina su rostro, sonriente y mongólico y el viejo ómnibus arrancó, rumbo a la escuela de niños especiales.

(De: Revista Ñe’êngatú, Nº 131, Rincón literario Nº 77, agosto de 2001)

ROSTROS

…rostros de mujeres

rostros

risas de mujeres

risas

labios de mujeres

labios

lágrimas de mujeres

lágrimas

rostros, risas, labios, lágrimas.

Mujer,

perpetuamente viva

perpetuamente amada

Mujer.

CONOCIMIENTO

Sé de un mundo de imágenes sin tiempo

y adioses preteridos;

un mundo al que se accede

por tragaluces

del olvido.

Sé de un mundo

perfilado de imágenes

de seres

que ya no están

o nunca han sido.

Soy hijo de ese mundo

de imágenes sin tiempo;

O acaso

de ese tiempo

de imágenes sin mundo.

(De: Tiempo, 2002)

Narciso R. Colmán

(Ybytimí, 1876 - Asunción, 1954)

Poeta y prosista en lengua guaraní. Valor destacado de la literatura autóctona de su país y figura clave en el resurgimiento del interés por la cultura indígena durante los años veinte y treinta del siglo XX. Narciso R. Colmán escribió sus poemas y canciones en guaraní bajo el seudónimo de Rosicrán. De sus libros más conocidos hay que destacar: Ocara Poty (1917), antología que reúne más de setenta poemas, y Ñande Ypy Cuera (1929), su obra cumbre, con 2.800 versos. También es autor de Ñeengá Rovy (1934), Ñandeyara ñeé poravopyré (1935) y Nuestros antepasados (1937), traducción de Ñande Ypy Cuera, entre otras obras publicadas, y de una serie de poemarios y versos aún inéditos.

PIRAPIRE DINERO

Oimerö pejhenduseva Si hay quienes quieran oír

peicuaata agui riré desde ya que sepan quiero

mba’epa pe jhe’iseva qué es lo que quiere decir

Caraí Pirapiré. Caballero Don Dinero.

Cuatiá ky’a vaí Mohoso y de mal olor,

opá jhacuá jhavembava, un sucio papel, inmundo,

jha’e cu upé Caraí ése es el magno Señor

cu yvy ari Ñandeyara. el dios y amo de este mundo.

Pe Pirá rereco’yro, Si no tenemos Dinero,

ndé nda jhaéi mba’evé. entonces, no somos nada,

Chake nde ay, cu nde vyro... se nos llama majaderos

¡na nde yairi mamové! y se nos veda la entrada.

Mitá tavy yepevé Hasta al niño de chupete

pe Piramí ojhechasé lo cautivan sus encantos,

ñambopirirí guivé al crujir de los billetes

¡opaitema pe tase! se acabaron ya los llantos.

Pirante nde recové, Por el Dinero somos señores,

pirárente recarú, por él, el hambre saciamos,

Pirá re recó guivé siendo de él poseedores

reipotávama rerú. todos los gustos nos damos.

Jhesé rerokirirí Con él se logra ocultar

opá jhecope gua’y las costumbres indecentes

rejhupytyvo aveí y satisfacer, al par,

cu recái rechyryry. las pasiones más ardientes.

Rerecosegui Pirá Porque tenerlo nos place,

¡cacuaá remba’apó! trabajamos sin cuartel

Jha jhesé manté vaera y toda cosa que se hace

opamba’e reyapó. es siempre en procura de él.

Pe pirá imbaretevé Don Dinero es invencible

Tupame ojhasá voí... por él, Dios es preterido.

¡Jhesé yepé oñevendé A su influjo irresistible

Kiritó itepe aveí! hasta Cristo fue vendido.

Reicoro reñembo’e Ganar el pan, no logramos

ne reganái tembi’u por más preces que recemos

piramí rejhé guivé sólo con dinero vamos

re’useteve re’u. a comer lo que queremos.

Jhasyro mboriajhueté Cuando cae enfermo el pobre

ndo yeyúi ipojhanó; trágico final le espera,

oparo Pirapiré al quedarse sin un cobre

icatunte remanó. lo más seguro es que muera.

Nde Pir’yma guivé Sin Dinero nadie pisa

y vape ne reguajhéi... los patios del Paraíso,

¡Misa ndoicói nde rejhé sólo oblando por la misa

ño Pelo na nemoingéi! San Pedro nos da permiso.

(Tupa ta che perdoná (Que Dios me haya perdonado

che ñe’e vaí riré...) si me excedí en la palabra...)

¡Nda jha’eiye angaipá Se dice que no es pecado

ñande yapu’y guivé! cuando sin tapujos se habla.

(Traducción de

Nabel Felipe Estruc)

(Ambas versiones, de: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)

Julio Correa

(Asunción, 1890 - Luque, 1953)

Poeta, narrador y autor teatral. Considerado el dramaturgo nacional más importante y durante mucho tiempo la figura de mayor influencia en el escenario teatral paraguayo, Correa fue también uno de los fundadores del teatro guaraní, al que aportó obras con temas de la Guerra del Chaco y al que enriqueció con la inclusión de personajes campesinos en papeles de relativa importancia y significación. Su obra poética publicada incluye Cuerpo y alma (1945) y Obra poética (aparecida póstumamente en 1983). De su copiosa producción teatral –cerca de unas veinte piezas– son muy conocidas: Sandía yvyguy, Guerra ajá, Terehó jevy fréntepe y Pleito riré, todas en guaraní, y Karu pokã, con versión castellana (Los malcomidos) del mismo autor. En narrativa tiene varios cuentos dispersos en revistas y periódicos de la época, recogidos y publicados póstumamente con el título de Sombrero ka’a y otros cuentos (1969). De aparición póstuma más reciente son sus Poesías y cuentos completos (edición a cargo de Miguel Angel Fernández), libro publicado por Editorial El Lector en 1996.

ROMANCE DEL NIÑO ASESINADO

Todo ensangrentado,

como un Jesucristo,

por ser todo un hombre

frente a los esbirros

de la tiranía,

han muerto a aquel niño.

Después de arrancarle

los dientes en frío,

le despedazaron

la cabeza a tiros.

Y de sus puñales

mellaron los filos

clavando su pecho

los cuatro asesinos.

... Detrás de un cadáver,

camino del río,

manchados de sangre

van cuatro bandidos.

NO CANTEIS MAS POETAS

No cantéis más poetas vuestra vieja canción

de los dulces amores y de la vieja pena,

con las puerilidades de la dura cadena

que un Cupido de palo os ató al corazón.

Dejad a un lado los jardines,

a los viejos poetas del Trianón y Versalles

con las cursilerías de Pierrot, arlequines,

princesas y pastores de los floridos valles.

Y volad a las calles

y con los adoquines

formad las barricadas heroicas del derecho.

Es ahora la hora

de presentar los pechos

a la ametralladora,

y de morir deshechos

vengando los agravios;

el himno de los libres en los labios;

crispadas o cerradas en puños vuestras manos,

golpeando la frente sucia de los tiranos.

LA PREGUNTA

Viejecitos descalzos

que vagan por las calles

alegres de la urbe

como un pregón del hambre,

con las manos tendidas

en un gesto implorante:

nadie piensa al mirarlos

en que fueron titanes

que asombraron al mundo

cuando la guerra grande.

Yo pregunto a la Patria

si los héroes de ahora,

de aquí a cincuenta años

serán unos misérrimos

viejecitos descalzos.

(De: Obra poética, 1983)

SANDIA YVYGUY *

OMBA’APÓVA

DOMINGA: Upe ogapegua temimongakuaa ikuñataĩ ramo ramóva.

ÑA TUNI: Ĝuaiĝui oikóva pýri umichagua ogaguasu rupi. Tembiguái ruvicha, ĝuaiĝuiete.

JUAN: Tembijokuái jepokuaaha, jeroviaha. Ika-ria’ypáma.

ZOILO: Oga jára ra’y, ha túva ipore’ŷ jave, ha’e uru. Karia’y tyarõ, ituja jekuaáma.

PA’I TIKU: Tuja oikóva pŷri pehênguéicha. Juan mon-gakuaahare ha ipaíno.

MEDICO: Karai pyahu.

MOKÕI TEMBIJOKUÁI: Juan irũnguéra (1).

Ko oikóva oiko peteĩ mboriahu ryguatã, okaraygua, róga guýpe. Ojehecha opaichagua tembiporu. Ka’arupytũ. Arahaku.

PEHĒ PETEICHA

PA’I TIKU: Reheka jevýma piko che ra’y re’uva’erã. Ndetainunga rejúvo.

JUAN: (Pochy reheve) Cheñembyahýi. Reikuaápa.

PA’I TIKU: Ndaha’éi niko pochyrã che ra’y.

JUAN: Che nda’ipóri che ru ni che ruvicha. Che Karia’y, tamombe’u ndéve.

PA’I TIKU: Chéko ndekakuaaĝua nde aña morombi.

JUAN: Chehegui kakuaave nda’ipóri ko’ápe. Año-rairõva’ekue Volikuéra ndive cheku’ipa peve. Chéko kávo, Boquerón-pe añasende vaekue.

PA’I TIKU: Ha chendive piko reñorairõse avei. Nde sy ha nde ru omano ramo, rogueru chendive. Ne michĩva’ekue upéramo ha taitámi ere chéve, ha che korasõ opa opyryrýi vy’águi. Upéi ne akãmbukumi ha lepijúpentema cherenói... Opa umi mba’ére che mba’eve nda’éi... Upéi ou pe ñorairó Cháco-pe ha rehóta ramo akyhyje, aryrýi, añani aha umi ñu rehe ajehe’o ha chéko ni Francisca omano ramo ndajahe’óiva’ekue... ha ni Lóma Valentína nachembopytaryrýiriva’ekue. Che mandu’a ne michĩ ramo, py-hare ahendu ramo ku pombéro opiã, roguerokyhyjégui, nde pomi che pópe, nambojái che ropepi pyhare pukukue jave. Che ko’ê mahináriape nde rehe... Che mandu’a ne michĩ ramo rombe’e "Sí señor" ha "Vien i ute" rehe. Nde tuichamívove romoĩ ekuélape reguapy ha relee: "Pala, pala, pala". Ha erévo vaicha che pópe peteĩ pála ha ajo’o vaicha hína "plata yvyguy" anohê haĝua "Carlo cuarto" ha "Onza de oro" ndéve guarã... Upéi ahendu relee: "ojo, ojo, ojo", ha che kóicha ojepe’a umi che resa, ha rohecha ndekaria’y vaicha ma... Upéi ahendu relee: "ala, ala, ala", ha añandu ipepo che korasõ vy’águi... Ha ko‘ága opaite mba’e rehe nde pochy chéve "Cría la cuervo para sacarme tu ojo..." he’íva voi niko... ha nde’ireíri upéva... nde’ireíri upéva.

JUAN: Nanendivéiko chepochy, che ru... Chetarova... chetarováko. Tuvichaiterei mba’e niko ko ojehúva chéve. Ndaikatúiko omombe’u, chejuvýko ko’ápe. (Oike Dominga omaña’ýre avarére. Isái pyahuete oúvo. Tuicha imbo’y ha ikygua vera. Pynandi ou. Ombyakutahína y ka’ayrã. Juan oma’ê asy anga hese.)

PA’I TIKU: Ndepaketetépa... Ojegua la jégua.

DOMINGA: ¿Mba’e ere?...

PA’I TIKU: Mba’evéko che nda’éi... Rejegua... ha’énteko. (Oike oúvo Zoilo. Oñemonde karai okaray-guáicha ha hova pochy.)

ZOILO: (Juan-pe) Kosináme jeýma rojuhu. Nde-kaiguéva niko nde individuo.

JUAN: Ma’ê che patrón: che ndaha’éi endivído. En-divídoko umi ohekáva aipo "certificado médico" ani haĝua oho odefende tetã.

PA’I TIKU: (Oñakãitykaity ha opukavy.)

ZOILO: (Juan-pe) Tereho eru chéve che lovopi.

PA’I TIKU: Oime ahechákuri oñeñapytĩhína amo ka’aguy yképe. (Juan ojere oho haĝua, oipyhy tukumbo.)

ZOILO: Isã voi hína. (Juan omombo tukumbo ha ojere oho.)ZOILO: (Dominga-pe) Ho’aitépa nderehe upe mbo’y.DOMINGA: (Oharyvo imbo’y ha omombo yvýpe) Kóina. Ndijavýi cherapýva.PA’I TIKU: (Osênguévoma) Nderapyva’erã voínte upéva. Ha heta gueteri hasyva’erã ndéve upe rekai-hague, ha, ha, ha...

ZOILO: Isantoro... pe lepiju. (Oñemboja Dominga rehe) Mba’ére piko péicha rejapo cherehe che tupãsy...? Ndacherayhuvéima piko che esperanza-mi?

DOMINGA: Nahániri jepe. Ndaipotavéi, ndaipotavéi voínte reñe’ê chéve. Che argela. Ta’e porãite mandi voi ndéve.

ZOILO: Mba’e ivaietéva piko oje’e ndéve cherehe che encanto pehênguemi, che oro ku’i, che yvoty pyahu... Ndacherayhuvéima piko nde che áma porã kuarahy resê?

DOMINGA: (Ojehekýivo ichugui) Cherejápe. Nahen-duséi. Nahenduséi mba’eve. Ani repoko cherehe ha’e niko ndéve. (Oike Ña Tuni.)

ÑA TUNI: (Oporomongele’évo) Pikaritokuéra... Ma’êke hikuái... Ma’êke hikuái... ku pa-lamamĩcha ojoavi’ũta jave aguahê. Tahánte che. Tahánte che... (Ohótagua’u.)

(Upe jave oñehendu peteĩ mbokapu mombyrymi. Dominga oñandu vaicha mba’e vai ha Zoilo katu opyta ososopa.)

DOMINGA: Jesu... aipo mbokapu...

ZOILO: Tíro; ápeo; ipu (ombohasa ipo isyváre), che ndaikuaái; ikatu; ikatu. Algún cazador, cazador, cazador nera’e.

DOMINGA: Pehecha. Pehechamína, mba’épa.

ÑA TUNI: Na, výra. Oiménera’e La Nieve hũ rymba vaka kose oike jevýma kokue ahénope.

DOMINGA: Nahániri. Nahániri. Pende sy rayhu rehe ajerure peême pehechami mba’épa. Ojejuka guive ako karai Arce, ahendúvo mbokapu aimo’ã jevýma oime ojejukava. (Dominga osê oka gotyo.)

ZOILO: (Ojokóvo ĝuaiĝuíme) Oñembyai sapy’a chehegui, ñaimo’ã apotéma.

ÑA TUNI: Ani rejepy’apy che karai. Chendivekohína kóva. Nda’ipóri ñam-bopukuva’erã he’i loríto kasõ ojuhuva’ekue rematehápe.

ZOILO: Pe tekove morombípeko ha’e ohayhu. Pe aña karê ou guive voi niko oñeme’ê añáme.

ÑA TUNI: Ha nde piko rejepy’apýta upévare? Con perdón de la palaura, nde rovatavy che pa’i.

(Juan-pe ogueroguahê mokõi iñirũ. Ojehecha ojejapihague ijatukupépe. Pa’i Tiku ou hendivekuéra. Upévo, Zoilo osê.)

ÑA TUNI: Mba’e piko che Dio ko ahecháva. Santa Rita che señora. (Juan oñemboguapy ha ojejoko.) Neremanomo’ái piko che niño durse. Neremanomo’ãi piko che karai.

JUAN: Nahániri. Ejei che resa renondégui.

PA’I TIKU: Nerehendúi piko. Tereho he’i niko ndéve, terã piko mba’e, mba’e re’use.

ÑA TUNI: (Ohokuévoma) Ha chéiko avei marã aju aike aike’ýhaguáme.

IÑIRU PETEI: Ñamoĩ hese sombrero kusugue. Upévaicha iporãva nda’ipóri.

IÑIRU AMBUE: Ñandu renimbokue katu.

PA’I TIKU: Na, tove, iporãve jaru mandi ñande médico.

IÑIRU PETEI: Che aikuaa porã avápa ojapouka.

IÑIRU AMBUE: Ekirirĩ katu. Taha taru karai Ferreira. (Oho.)

PA’I TIKU: Oporãve ñarokirirĩ ramo kóa ko guasu’api. Falsa tetimóño rehe ñande rerahaukava’erã kalsete ryrýipe. Oĩ porã upéva karaikuéra ndive.

JUAN: Aaai, Aaai, Agante roñombopagapava’erã itiémpope.

PA’I TIKU: Iporã añete ñarokirirĩ ramo. Falsa tetimóño rehe ñande rejava’erã kalsete ryrýipe voi; irríkovape guarã nda’ipóri katigo. Plata rehenda’ipóri jajogua’ýva ñane retãme. Nde rajy ojereraha ramo, ekirirĩ, nde niko mboriahu. Ekirirĩ ojepe’a ramo ndehegui nde yvy remba’apoha, nde niko mboriahu. Mburuvicha ndeja’o ramo, ekirirĩ; nenupã ramo, ekirirĩ; ho’u ramo cuatrero ne rymba vaka, ekirĩrĩ, nde niko mboriahu. Nde ra’y ojejuka ramo ekirirĩ; nde po rupi mante rejapova’erã hutísia; redemanda ramo, procurador ha doctor-kuéra oipe’apáne ndehegui opa rerekomíva, nde rejáne opívo ha akãnandi, ne mosêne nde rógagui ave; ojapoukáne nde yvýpe aipo chale. Aga reike ramo ikorapýpe jepe’a ku’ikue reka, ombo’éne nde rehe jagua... Ha mboriahu jey mante oñemoĩ mburuvicha poguýpe omano hagua ñane retã rehe. (Oma’êvo Juan rehe) Aga kóva katu ndopytareichéne. Ñande jajapóne hutisia kuéra rembiaporãngue. (Oike Dominga.)

DOMINGA: Mba’e piko kóva che Dio. Mba’e kóva che korasõmi del alma. Ava piko ojapi chupe.

IÑIRU PETEI: Ojeguasu’api.

DOMINGA: Mamoite piko rejejapi. Hasy piko ndéve Juan. Hasyeterei piko ndéve che karai.

JUAN: Pe ne ñe’ê ahendu ramo hasyve.

PA’I TIKU: (Ojero’a Dominga ári) Taikuaauka ndéve.

JUAN: (Ejepoupívo) Eheja Pa’i Tiku, ága akuera rire roñomongetamíne oñondive.

(Dominga ojayvy ha ohetũ Juan-pe pya’e porá ha osê oho. Juan ojohýi isyva oipe’apotávo kuña juru pore.)

PA’I TIKU: Mba’e piko péva che ra’y.

JUAN: (Tembejeguarúpe) Ndahayhuvéima. Ndahayhúi ni michimi. Ñandejára rehe ha’e ndéve taita. (Pa’i Tiku oipyhy iñakã ha ojopy ipyti’ãre.)

IÑIRU PETEI: Tahámba’e cheave médico reka. (Oho ravove iñirũ ambue oiké-ma médico ndive.)

MEDICO: (Ohupi hasýva kamisa ruguái, oma’ê ha he’i:) Errate humate he’i voi niko. Entero ikatu ojavy ahora che ndajekivokái. Juego central-etépe voi niko ojejapira’e. Tera-pléutica-pe mante péva okuera vera ha upéva espital-pe mante jajuhúne. Ha tekotevê vermífega, ha tekotevê vaccillo de kog, ave; ha ñande botíca-pe ni copretérito ndajajuhúi. Peraha la espital-pe pyá’e pyá’e terã pemoĩ chéve umi pohã ha’eva’ekue ha tamonguera peême un santiamentépe voi (Pa’i Tiku ha Juan irũnguéra ijurujái ko’ã mba’e ohendúvo.) (Oiké Dominga.)

DOMINGA: (Oporandu) Mba’e piko he’i?

IÑIRU PETEI: Ivai, oipota jaraha espital-pe.

PA’I TIKU: Ohótamante Paraguaýpe.

DOMINGA: Aháta che hendive.

JUAN: Epyta he’u porã upe ne sandía yvyguy.

DOMINGA: Ni che kuã tĩ rehe ndopokói upéva.

JUAN: Ekirirĩ. Roikuaai tereíko. Roñandupai-témako.

DOMINGA: Nahániri. Nda’upéichaiko che karai.

JUAN: Jajahejána umi vyrorei itujávagui. Nda-hupívai che yva okuiva’ekue itujúgui.

PA’I TIKU: Ndéko che ra’y repámava’ekue. Nde apelído jepe iñambue ko’ága. Ndéko Juan-karê-mema rejehero reju rire Boquerón-gui. Mba’evéko nde’iséi porayhu reñandúva. Porayhúgui ndajajapói mbo’y ha kyguavera. (Upéi he’i Domíngape, ojayvývahína rasaite otĩgui.) Serpiénta niko nde. (Ohekýi ikyse ha ojoko chupe hikuái.)

JUAN: Eheja Pa’i Tiku. Eheja che taita.

DOMINGA: (Oguevívo) Zoílooo...

JUAN: Ichupe. Ichupe ojerure sokórro, Pa’i Tiku, ejuka mandivoi.

PA’I TIKU: Pepoi chehegui.

JUAN: (Opu’ãse, oñeha’ã) Ani, ani. Eheja taita. Chekarêguinteko ndacherayhuvéi ha chembyekovia. Eheja. Umi Voli rupínteko ãva oiko (ho’a). (Dominga oñani imopuãvo ha upévo, oñemboty.)

PEHĒ MOKÕIHA

(Petei jasyho rire, upe óga oikohaguépe jey oguapyhína apykápe Dominga, ombovyvy Zoilo poncho; Ña Tuni oike kyhyje vai oúvo.)

ÑA TUNI: Rejoguaitépa umi rósa potykurúpe.

DOMINGA: (Heí kaigue vai) Nde piko ra’e.

ÑA TUNI: (Akóinte juruhe’ê reheve) Neporãitépa che niña durse, ha nde po’a, nde po’a múndope; áĝa katu rejere reikóvo upe po’águi.

DOMINGA: (Opuka ñembohory) E’a. Che po’ámiku.

ÑA TUNI: Mba’e jasýpe piko renaseraka’e ne mitã. Emombe’umi chéve tamoñe’êmi karai Cándido-pe upe ne síyno. Jahecha mba’épa he’i nde popyte.

DOMINGA: Ndaikuaaséi voi mba’eve. Japureíko umíva.

ÑA TUNI: (Omomba’eguasúvo) Asigún la líuroko upéva... Karai Cándido lunaria perpétua ndojavýi ni tyky ra’ychomi, péicha (Ohe-chauka ikuãme) Ne mandu’ápa ako Peru Antoño rehe, ku karai Serápio-tapoko ra’ýre.

DOMINGA: Ku ojahogava’ekue itaýme piko.

ÑA TUNI: Upéva... Upeaite rehe ha’e... Isy, Ña Pila-karape, ohechaukava’ekue karai Cándido líuro-pe isíyno ha osê upe iplaneta-pe omanova’erãha ýpe... hetámi isy oguero-kihyjégui ni nombojovahéiri imitãme... ha lo que’e ko ñande detíno, oñe-cumpli-va’erã katuete. Ohasávo pyénte tuja ipysyrýi pakova pire rehe, ho’a ýpe ojahogaite ndin voi. Oimeva’erã jepe niko noñandúiraka’e, ika’úmiko Peru Antoño anga. Dio le perdone.

DOMINGA: (Omañambuku) Mba’e poku ku idetíno ko Juan. Kensáe mba’éi-chaipo oime oiko pe espital-pe.

ÑA TUNI: Ajéiko nanderesaráiri pe mba’e karê sánto rymbágui, tekove mbo-riahu kurusu légua.

DOMINGA: Mba’evéko nde’iséi mboriahu oĩma guive mborayhu.

ÑA TUNI: Na, výra... ndéko che niña rejerureva’erã Ñandejára ha Tupãsýme nemombia haĝua malvesíno ha kuimba’e soguégui. Ereva’erã voi reñembo’ekuévo manterei: "arrenúnsio asatana, a tu pompa y a tu obra, i quiero pertenecerme iplatavévape para siempre".

DOMINGA: (Opu’ã oheja haguáicha pochypópe) Che diculpa, Ña Tuni, che rembiapo. Terehóna eju ko’erõ mba’e.

ÑA TUNI: (Ña Tuni opu’ã avei) Néi, néi che korasõ sánto. Manzanilla guasu rekáko ajúkuri. Ahava’erãko tupaópe nde critiáno (Osê). (Oike Zoilo. Dominga omoĩ mesa ári ao ha osêtagua’u.)

ZOILO: E... mamo piko rehóta che reindy.

DOMINGA: (Mba’everõguáicha) Ambovyvypáma.

ZOILO: Anína che esperanza-mi rejahéi che rehe (Ohavi’ũse hovápe).

DOMINGA: (Ojehekýivo) Nambre... ajépa ndeserradoite.

ZOILO: Nderepukamo’ãiko che rehe. Re’ava’erãko gueteri che pópe. Kovaite rehe ha’e ndéve (Ombokurusu ikuã).

DOMINGA: Chéko nda’ei voi anichéne. Ndaipo-tavéinteko reiko che rapykuéri.

ZOILO: Oimeva’erãko reimo’ã chembyekoviáta peteĩ tekove karêre (Oike Juan Irũnguéra upe jave).

ZOILO: Mba’e jeýma piko peipota.

IÑIRU PETEI: Ore ja rohótama, che patrón.

ZOILO: Mba’éicha piko cherejáta, che ra’y, hetaikoe ñande kóga ñana ojeka’apíva’erãhína.

IÑIRU AMBUE: Peime comprendido, he’íma oréve mburu-vicha ha rohóta rodefende ore retã.

ZOILO: Akonsegíta peême pepyta haĝua. Che lado porã lomitã. Ani pejepy’apy. Kóicha aime umi omandáva ndive.

DOMINGA: Oñemoĩta avei hikuái vála renondépe. Juan-pe ha’e porãva’ekue.

ZOILO: Výrogui oho vála renondépe oñemoĩ. Che avei ha’e porã va’ekue chupe añe’êseha hese opyta haĝua karai komi ndive.

DOMINGA: (Oñe’êreity) Nerakate’ýva voi nipora’e Juan rehe. Ajéiko rehayhuetéra’e chupe.

ZOILO: Ahayhuva’ekue ñande ryvy jahayhuháicha. Upéi, reju nde rejehayhuka chéve ha ndai-katuvéi ni ama’ê hese.

DOMINGA: Anichéne katu ere ahechauka hague ndéve che rãi che karai.

ZOILO: Ndaha’éi ne rãi ahecháva, yvága voi ahecha nde rehe ama’êro.

DOMINGA: Ndéicha iñañáva aña retã mante ohecháne.

ZOILO: Anivéna che amami péicha ne aña chendive.

DOMINGA: (Ojehekýivo) Ajeguaru ndehegui (Osê). (Zoilo opyta hovatavy rei ha’eño sapy’ami. Oike Ña Tuni.)

ÑA TUNI: Haimete... haimete chembopy’aropu pe karai tuja juru ky’a. Che jeko ndaha’éi kuñakarai reko porã; ha jeko aju ko’ápe aguahê mba’asýicha. Che recha jeyrõ añe’ê Do-minga ndie jeko che aká jokapáta harreador ývape.

ZOILO: Ani rejahe’o Ña Tuni... nda’ipóri ojapo-va’erã nde rehe mba’eve.

ÑA TUNI: Che niko Dominga ndive añomonge-taveýtarõ amanoiténe voi mba’embyasýgui. Ahayhu voi che memby teéicha. Ndijavýi che rye pore ko mitã kuña.

ZOILO: (Oipete pete chupe) Ani rejahe’o (Oike Pa’i Tiku).

PA’I TIKU: Oma’êsayke Zoilo-re ha he’i Ña Tuníme: Ha’éma ndéve ha’eva’erã. Ajevérõ tereho ko’águi.

ZOILO: Mba’e mba’e piko oike ndéve lepiju tuja. Ndiko ápe che patrón terãpa reipota romosê katu.

PA’I TIKU: Romosê ere? Ere jevy pe ereva’ekue tahen-dumi. Reimo’ã piko tupãmba’ejára mba’e che ko’ápe. Jaikuaami.

ZOILO: Ndachegustái reñentremete che asunto kuérape.

PA’I TIKU: Asunto... Asunto aje. Kóa ndaha’éi asunto. Kóa simberguénso asúnto. Neretĩri. Nanderuguýi nde rovápe. Nañaimo’ãi karai ha kuñakarai guasuetégui resê hague. Áĝa ou nde sy Paraguaýgui ha rehecháne ndaro-horyiha ni michĩmi ne rembiapo.

ZOILO: Nandegustái ramo reko, máke repoi pýgui ha opa.

PA’I TIKU: Nda’ipóri ápe chemosêva’erã. Che’ŷ rire ni pende rataypykué noĩvéimava’erãmo’ã ko’ápe. Ha nde upéva reikuaa porã. Umi Banco Agrícola-yguakuéra orremataukátarõ pende hegui pende yvy, ohova’ekue nde ru che rendápe ógape, omombe’u chéve. Upéramo che mandu’a nde aguélo rehe. Upéva kuimba’eva’ekue, ndaha’éi jápakue... Rubio Ñu rire... upéramo che cabo... apyta malerido, ha otopa che rehe... yryvu oveve ha ojepoítama jepi che ari cheresa’o hagua... ipy peteĩre, nde aguélo... ojejapi vaipa avei... oguahê cherendápe... Chembotyryry... chemoinge ka’aguýpe... che raso’o, ha guyra rupi’áre chemongaru... ha chemoingove jevy... Ãvare chemandu’a ha ha’e nde ru amyrýime: eapoteka chupekuéra che yvy, kóina ápe, ha epaga nde deveha. Áĝa upéi ojere porã ramo ndéve renohê jevýne pe ita guýgui. Upéi nde ru omba’apo... oñoty heta... ipara porãse rupi hína ipetŷ... ou Albino Jara revolución ha aipo montonero gobierníta oguahê osakeapa nde rúpe... Riremínte oúma Banco Agrícola oipe’a chehegui che róga, Francia tiempo guare, ha 100 itária che yvy... mboriahu apĩ niko apyta... ha he’i chéve nde ru, hesay hováre: Karai Tiku chamígo, ou vaipa ñandéve, jaha ógape, roguerekóta che ndive che rúicha, mba’eve nereiko-tevêichéne, reikuaa porã mbae’éichapa nderayhu Raimunda... ha aju hendive... nde renase mboyve... ha kóina áĝa chemosêta jaguáicha.

ZOILO: Che noromosêi, Pa’i Tiku. Ha’e porãnte niko ndéve. Reñembotavyse niko nde.

PA’I TIKU: (Ipochyvéntema) Tovatavy aje. Ndéiko reimo’ã che ta’anga mba’e (Oñemboja hese oipe’a chugui iñakãrehegua). Eipe’a kóva reñe’ê haĝua chéve (Zoilo omopu’ã ipo) che nupã nde infelí... che nupã, tokuipa isogue nde jyva.

DOMINGA: (Oike hatãvai) Nderepokoichéne hese. (Py’aro reve osê Pa’i Tiku.)

ZOILO: Itavyrai. Okalukáma pe karai tuja.

ZOILO: (Juan irũnguérape) Ha rire.

IÑIRU PETEI: Ore ndaha’éi sandía yvyguy.

ZOILO: Pende rovatavy katu. Che ndahaichéne ni che juka ramo. Ivýrovanteko oho Chácope.

OÑOIRU: (Oma’ê ojuehe ha oñemboja jovái hese, omongora.)

PA’I TIKU: (Oike jey, ojapete yvy rehe Zoilo akãrehegua ha ojetyvyro.) Oma-nóje ñande Juan espital-pe aipo tuverkulósagui.

DOMINGA: (Ipy’amanotaroguáicha) Che Dio... che Dio de mi corazón. (Zoile-pe) Nde. Nde la rejapoukava’ekue hese. (Hasê) Mardesído... Mardesído repyta... nde sandía yvyguy... (Oñoirũ ohekýi ikyse Zoilo oguevi, ohupi ipo.)

ZOILO: (Ikepeguáicha) Pechejuka. Pechejuka. Ndaikovesevéima.

PA’I TIKU: (Oike pa’ũme) Peheja. Peheja che ra’ykuéra... ani peñemongy’a. (Ohekýi ikyse ha omombó Zoile-pe) Kóina. Ejejuka nde nde karia’ýrõ añete.

IÑIRU PETEI: Ehupi pe kyse (Omoma’ê hese imba’éva).

IÑIRU AMBUE: (Hatãve) Ehupi he’i niko ndéve!

PA’I TIKU: Noñanimaichéne ko sandía yvyguy.

DOMINGA: (Ohechávo Zoilo omaña hese, ñepytyvõ reka) Ehupi pe kyse he’i niko ndéve hikuái. (Zoilo hesa tarova rei oryrýi, ñemo’ã itarováva) Ohupi kyse.

PA’I TIKU: Ejekutu jahecha. (Zoilo ohupi kyse ipyti’a rovái peve, otarara.)

DOMINGA: Toroipytyvõ Juan rérape (Oñemboja hese ojopy kyse ipyti’áre. Ho’áma Zoilo).

ÑA TUNI: (Oike sapukái sorópe. Oma’ê Zoile rehe, upéi opa oĩva rehe. Dominga avei ojahe’o, oñekarama Pa’i Tiku rehe. Juan irũnguéra hova sysyipa hikuái. Ña Tuni ojeity Zoilo retekue ári.) Pejuka... pejuka la karai Zoilo. (Hasé soro, opu’ã ohupi ijyva jovaive...) Jesucristo crucificado. Hijo de la Virgen María.

(De: Teatro breve del Paraguay, 2ª edición. Selección de Antonio Pecci [Asunción: Ediciones NAPA, 1981], pp. 11-20)

SANDIA YVYGUY (1)

(Versión castellana de Tadeo Zarratea)

La escena ocurre en una vivienda campesina, en verano, en una tardecita. Se observan varios utensilios y herramientas de labranza, indicando que no se trata de campesinos muy pobres.

Personajes:

DOMINGA: Criada de la casa de unos 16 años.

ÑA TUNI: Vieja agregada a las grandes casas campesinas, de unos 60 años; mayordoma.

JUAN: Joven criado por el viejo don Tiku y ahijado del mismo.

ZOILO: Hijo del patrón y patrón en ausencia de sus padres, de unos 30 años.

PA’I TIKU: Viejo agregado; considerado como un pariente pobre de la casa.

MEDICO: Hombre de edad madura no muy definida.

PEONES: Dos hombres de trabajo; de confianza.

ACTO PRIMERO

PA’I TIKU: Buscando de nuevo algo de comer, hijo. Veo que vienes un tanto malhumorado.

JUAN: (Con enojo). Tengo hambre, sabes.

PA’I TIKU: Pero eso no es motivo para enojarse, mi hijo.

JUAN: Yo no tengo padre ni jefe. Soy todo un hombre, para que sepas.

PA’I TIKU: Pues, yo soy tu mayor, pendejo.

JUAN: Mayor que yo no existe aquí. Peleé contra los bolivianos hasta hacerme pedazos. Soy Cabo ascendido en la batalla de Boquerón.

PA’I TIKU: ¿Y acaso también quieres pelearte conmigo? Ah... qué bien. Escucha: Cuando murieron tu madre y tu padre te traje conmigo. Eras una pulga, y me decías papá... y mi corazón se estremecía de ternura. Cuando creciste algo, ya no me decías sino "viejo". Nada te dije por estas cosas. Luego vino esta guerra y cuando te ibas a ir tuve miedo, temblé, corrí, fui a los campos a llorar, y eso que yo no lloré ni cuando murió mi Francisca; no temblé ni en "Lomas Valentinas" (2)... Recuerdo cuando eras chico. Cuando por las noches escuchaba piar al "pombero" de miedo te traía, tus manitas en las mías, sin cerrar los ojos durante toda la noche, haciendo de imaginaria a tu lado. Recuerdo... cuando niño te enseñé a decir "sí señor" y "bieniusté". Cuando crecista más, te llevé a la escuela, te sentaste a leer: "pala, pala, pala"; y yo como si tuviera la pala en mis manos, cabando tesoros para sacar "Carlos cuarto" y onzas de oro para ti. Después escuché que leías: "ojo, ojo, ojo", y así se me abrieron los míos y ya te veía joven. Después escuché que leías: "ala, ala, ala", y sentí que mi corazón tenía alas de tanta alegría... y ahora... me rezongas por todas las cosas. Cría cuervos para que te saquen los ojos, dice el refrán (3) y es verdad, es verdad... (Su estremecimiento llega a las lágrimas.)

JUAN: (Conmovido). No es contigo que estoy enojado, papá. Estoy loco. Es que estoy loco. Es una cosa tremenda lo que me pasa. No puedo contar... aquí se me anuda.

(Entra Dominga sin mirar a nadie. Viene descalza pero con pretensiones de elegancia. Viste collares y peinetas. Prepara agua para el mate. Juan la mira con amor y furia.)

(En el original se señalan las escenas, determinadas con la intervención de un nuevo personaje. En esta copia la suprimimos por no ser necesaria.)

PA’I TIKU: ¡Qué elegancia! Se enjoyó la yegua (4).

DOMINGA: ¿Qué dices?

PA’I TIKU: No, no dije nada. Sólo que te has enjoyado.

(Entra Zoilo, vestido con pantalones de montar y pañuelo al cuello. Viene con rostro severo.)

ZOILO: (A Juan). De nuevo te encuentro en la cocina. Eres un individuo haragán.

JUAN: Mire patrón: Yo no soy individuo (5). Individuos son aquellos que buscan certificado médico para no ir a defender su patria.

ZOILO: (A Juan). Vete a traerme el caballo, pronto.

PA’I TIKU: Lo he visto atado a orillas del bosque.

(Juan toma una cuerda y se dispone a partir.)

ZOILO: Está con la cuerda puesta se te ha dicho. (Juan arroja con rabia la cuerda y sale.)

ZOILO: (A Dominga). ¡Qué bien te sientan los collares!

DOMINGA: (Se arranca el collar y lo arroja). Toma. Es como si me quemara.

PA’I TIKU: (Saliendo). Es natural que eso te queme, y mucho aún te dolerá la quemada. Ja, ja, ja...

ZOILO: Es un pesado ese viejo (acercándose a Dominga). ¿Por qué me haces esto mi querida? ¿Acaso ya no me quieres, esperanza mía?

DOMINGA: No es tanto como así, pero... no quiero, no quiero que vuelvas a hablarme. Me fastidia. Te lo digo sinceramente.

ZOILO: Te dijeron algo tan malo de mí, pedazo de mi encanto, mi polvillo de oro, mi flor tempranera. ¿Has dejado de quererme mi hermosa sol naciente?

DOMINGA: (Escurriéndose). Déjame. No quiero escuchar. No quiero escuchar nada. No me toques te he dicho.

(Entra Ña Tuní con cierta malicia.)

ÑA TUNI: (Salamera). Picaritos... Mírenlos, mírenlos. Cuando iban a pellizcarse como tortolitos llegué. Pues... me voy, me voy.

(Ña Tuní se dispone a salir cuando se escucha un disparo de arma de fuego no tan lejos. Dominga demuestra un arranque de presentimiento, mientras Zoilo se turba y queda azorado.)

DOMINGA: Jesús... sonó un tiro.

ZOILO: Un tiro... por este lado... sí... yo no lo sé... no lo sé... pudo haber sido un cazador, sí, algún cazador habrá sido.

DOMINGA: Véanlo por favor, qué fue.

ÑA TUNI: No tonta. Habrá sido la vaca de la negra Nieves que volvió a entrar en chacra ajena.

DOMINGA: No, no. Por el amor de su madre les pido que vean si qué fue. Desde que mataron al señor Arce cuando escucho disparos ya se me hace que matan a alguien. (Sale.)

ZOILO: (Reteniendo a la vieja). Se me descompuso de repente como herida inflamada.

ÑA TUNI: No te preocupes señorito. En mis manos está el caso este. No hay nada que alargar, como quien dice el que compró los pantalones del loro en remate público.

ZOILO: Ella ama a ese miserable. Si desde que vino el rengo de mierda se echó al diablo.

ÑA TUNI: ¿Y te preocupas por eso? Con el perdón de la palabra eres un estúpido, padrecito.

(Dos peones traen a Juan herido en la espalda. Pa’i Tiku viene con ellos. Zoilo sale.)

ÑA TUNI: Dios mío. ¡Qué es esto que veo! ¡Santa Rita mi señoora!

(Los peones sostienen a Juan, lo sientan.)

Acaso no vas a morir mi niño dulce... ¡No vas a morir mi querido!

JUAN: No, no voy a morir, y vete de aquí, sal de mi presencia.

PA’I TIKU: ¡No escuchas! Te ha dicho que te vayas o qué es lo que quieres.

ÑA TUNI: (Saliendo). Y yo para qué me meto en cosas que no me importan.

PEON 1º: Pongámosle residuos de sombrero quemado. No hay remedio mejor que eso.

PEON 2º: No. Mejor la tela de araña.

PA’I TIKU: No, no. Será mejor que vayamos en busca del médico (6) de una vez.

PEON 1º: Yo sé quién es el autor moral de esto.

PEON 2º: Cállate. Voy a traer a don Ferreira (se va).

PA’I TIKU: Será mejor guardar silencio ante esta emboscada. Puede enviarnos por falso testimonio directo a la cárcel. Este se lleva muy bien con las autoridades.

JUAN: Aaai... Ya llegará la hora de arreglar las cuentas.

PA’I TIKU: Sí, en verdad será mejor callar. Por falso testimonio nos envía directamente a la cárcel. Para el rico no hay castigo. Por dinero todo se puede comprar en nuestro país. Si raptan a tu hija, cállate, porque tú eres pobre. Cállate si te quitan la tierra que trabajas, porque tú eres pobre. Si el jefe policial te increpa, cállate; si te golpea, cállate. Si los cua-treros te comen la vaca, cállate, porque tú eres pobre. Si matan a tu hijo, cállate, por-que sólo con tus propias manos podrás hacer justicia. Si promueves demandas los procuradores y doctores te sacarán todo cuanto tengas, te dejarán pelado y te desalojarán de tu casa; mandarán hacer en tu tierra eso que llaman chalet. Cuando entras en sus fincas en busca de leñitas te correrán con sus perros... y pensar que el pobre es el único que se presenta a morir por la patria... (Mira a Juan.) Pero esto no quedará impune. Nosotros haremos las cosas que la justicia deja de hacer.

(Sale Peón 2º al tiempo que entra Dominga apurada.)

DOMINGA: Qué es esto, Dios mío. Qué es esto cora-zoncito del alma. ¿Quién te hizo esto?

PEON 2º: (Desde la puerta). Lo emboscaron.

DOMINGA: Dónde mismo te hirieron. ¿Te duele Juan? ¿Te duele mucho mi querido?

JUAN: Cuando escucho tu voz me duele más.

PA’I TIKU: (Se inclina). Te voy a dar lo merecido.

JUAN: (Levantando la mano). Déjela papá. Cuando me cure ya hablaré con ella.

(Dominga se inclina y rápidamente da un beso a Juan, sale corriendo entre sollozos. Juan se friega la parte besada con evidente molestia.)

PA’I TIKU: ¿Qué es esto mi hijo?

JUAN: (Abatido). Ya no la quiero. Ya no la quiero ni medio. Te lo aseguro, papá.

PEON 2º: (Que volvió poco antes). Yo también voy en busca del médico.

(En la puerta se encuentra con Peón 1º y el Médico [curandero], hombre de 50 años con bigotes y mosca; sombrero de paño algo viejo, cuello y corbata, saco blanco ordinario, pantalones negros medio cortos, medias de color chillón y zapatillas moteadas.)

MÉDICO: Errate humanum est, dice el refrán. Cualquiera puede equivocarse, menos yo. Le acertaron en el mismo juego central. Esto se cura solamente con terapléutica y eso lo encontramos solamente en el espital; y se necesita vermífega... y se necesita vacilo de cog, también; y en nuestra Farmacia no tenemos ni copretérito. Pronto, pronto llévenlo al espital, o... pónganme los remedios que acabo de mencionar y les curo en un santiamén.

(Mientras éste habla los demás le miran embobados. Saca un pañuelo floreado y se seca los anteojos, dándose siempre la mayor importancia.) (Entra Dominga.)

DOMINGA: ¿Qué dice?

PEON 1º: Que está mal. Quiere que lo llevemos al espital.

PA’I TIKU: Va tener que irse a Asunción.

DOMINGA: Yo me iré con él.

JUAN: Quédate a disfrutar de tu sandía enterrada.

DOMINGA: Peeero. Ni la punta de los dedos me ha tocado ese.

JUAN: Mejor te callas. Te conozco demasiado. Me doy cuenta perfectamente.

DOMINGA: No... no es así mi querido. Nada que ver (angustiada).

JUAN: Bien. Dejémonos de las sonceras antiguas. No acostumbro alzar la fruta que cae de podrida.

PA’I TIKU: Tú, hijo mío, ya te has acabado. Hasta tu apellido es distinto ahora. Te llamas Juan-el-rengo a tu vuelta de Boquerón (7). Nada significa el patriotismo que tú sientes. Con el patriotismo no se hacen joyas. (Observa un rato a Dominga que se halla cabizbaja, tratando de llamar la atención sobre su vergüenza y abatimiento.) Víbora... víbora eres (exaltado, saca un cuchillo. Los peones lo contienen.)

JUAN: Déjala. Déjala. Papá.

DOMINGA: (Asustada). ¡Zoiloooo...!

JUAN: (De nuevo enfurecido). Mira, a él, a él le pide socorro. Mátala ya de una vez, Pa’i Tiku.

PA’I TIKU: (Contenido por Peón 1º). Suéltame. Suéltame (se sacude). (Dominga se refugia en una esquina mientras el curandero la cubre con los brazos abiertos.)

JUAN: (Recapacita). No, no. Déjala papá. Seguro que dejó de quererme porque me volví cojo, solamente por eso, y me traicionó, por eso. Déjala. No tiene la culpa... Esos Bolivianos son los culpables... Estas cosas suceden por culpa de ellos... sí, son los causantes... (Cae.)

(Todos se apresuran en levantarlo, cuando... cae el telón.)

ACTO SEGUNDO

La misma decoración del primer acto, un mes después. Dominga sentada surciendo un poncho del patrón. Ña Tuní entra sigilosamente.

ÑA TUNI: Aquí estaba mi pétalo de rosa.

DOMINGA: (Con desgano). Ah... eras tú.

ÑA TUNI: (Siempre salamera). Estás hermosa mi niña dulce, y eres una niña de suerte, extraordinariamente suertuda, pero andas esquivando tu propia suerte.

DOMINGA: Claro. Solía tener suerte.

ÑA TUNI: ¿En qué mes naciste niña? Cuéntame para hacer ver tu signo en el libro de don Cándido, para ver qué dice tu destino.

DOMINGA: No me interesa. Esas son macanas.

ÑA TUNI: Eso... según el libro. La lunaria perpetua de don Cándido nunca se equivoca, ni un milímetro, ni así... ¿Te acuerdas de aquel Pedro Antonio; aquel hijo de don Serapio-mano-larga?

DOMINGA: ¿Aquel que se ahogó en el arroyo Itay?

ÑA TUNI: Ese, ese mismo. Su madre, la petisa Pilar hizo revisar en los libros de don Cándido su destino y salió que tenía que morir en el agua. Del terror que tenía su madre no le dejaba lavarse ni la cara cuando niño, y... lo que son las cosas del destino, siempre se cumple. Al pasar por el puente viejo pisó una cáscara de banana, se resbaló, cayó al agua y se ahogó instantáneamente. Claro, el pobre quien sabe si lo ha sentido siquiera. Tomaba mucho Pedro Antonio, el pobre, que Dios le perdone.

DOMINGA: Cuál será el destino de este Juan... Quién sabe cómo andará por el hospital.

ÑA TUNI: Pero no olvidas a ese rengo. Rengo y pobre como cruz del desierto.

DOMINGA: La pobreza no es nada cuando hay amor.

ÑA TUNI: Tonta. Tú mi hija tienes que pedir a Dios y la Virgen que te libre de malos vecinos y hombres pobres. En tus rezos tienes que decir siempre: Renuncio a Satanás, a sus pompas, y a sus obras, y quiero pertenecer a quien más dinero tenga, para siempre.

DOMINGA: Discúlpame Ña Tuní. Estoy ocupada. ¿Por qué no vuelves mañana?

ÑA TUNI: Bueno, bueno mi corazón. Sabes que vine en busca de manzanilla, y además debo irme a la Iglesia. Dios mío.

(Se va la vieja y entra Zoilo.)

(Dominga coloca el poncho sobre la mesa y hace ademán de retirarse.)

ZOILO: ¿Eh... adónde vas, querida?

DOMINGA: Ya terminé de coser.

ZOILO: Pero no me desdeñes por favor, esperanza mía.

DOMINGA: Mira que eres empecinado.

ZOILO: No creas que llegarás a burlarte de mí. Alguna vez caerás en mis manos. Te lo juro por esta (muestra).

DOMINGA: No digo que no, pero no quiero que sigas insistiendo.

ZOILO: Te ilusionarás pensando cambiarme por un rengo.

(Entran los dos peones.)

ZOILO: De nuevo aquí (con visible enfado). Qué quieren.

PEON 1º: Nosotros nos vamos, Patrón.

ZOILO: Cómo me van a dejar, mi hijo, habiendo tanto que carpir en nuestra chacra.

PEON 2º: Están comprendidos, nos dijo ya el jefe, y nos iremos a defender nuestra patria.

ZOILO: Les conseguiré exoneración. Tengo influencias, muchachos, no se preocupen. Así de bien estoy con las autoridades.

DOMINGA: También van a ponerse frente a las balas. A Juan yo le había advertido y ya vieron ustedes.

ZOILO: De tonto fue a ponerse frente a las balas. Yo le propuse hablar a las autoridades para que quede aquí, con nuestro Comisario.

DOMINGA: (Con ironía). Por lo visto le apreciabas a Juan. Tanto le querías.

ZOILO: Lo quise como a un hermano, hasta que viniste a enamorarme, y desde entonces ni lo puedo ver.

DOMINGA: Pero no podrás decir que yo te mostraba los dientes.

ZOILO: No son tus dientes lo que veo cuando te miro, sino el mismo cielo.

DOMINGA: Los malvados como tú sólo podrán ver el infierno.

ZOILO: Por favor mi querida. No me trates así.

DOMINGA: (Esquivando la caricia). Me das asco. Agg.

(Sale Dominga. Los peones clavados allí esperando respuesta. Zoilo da algunos pasos de impaciencia y cuando les dirige la mirada entra Ña Tuní, llorosa.)

ÑA TUNI: (Muy nerviosa). Estuvo a punto de reventarme ese viejo boca sucia. Me dice que no soy una señora de bien. Dice que llegué aquí como una peste y que si vuelve a verme hablando con Dominga me va a moler la cabeza con el cabo del arreador.

ZOILO: No llores, Ña Tuní, nadie te hará nada.

ÑA TUNI: Es que si yo dejara de hablar con Dominga me moriría de pena. La quiero como a una hija. Es como fruto de mi misma entraña esta criatura...

ZOILO: (La palmotea paternalmente). No llores. No llores.

(Entra Pa’i Tiku, nervioso.)

PA’I TIKU: (Mira de reojo a Zoilo y dice a la vieja). Ya te dije lo que debo decirte. Por tanto, vete de aquí.

ZOILO: Qué te pasa a ti, viejo. Eres mi patrón o quieres que te eche a ti.

PA’I TIKU: ¿Que te eche a ti dijiste? Repite eso que quiero escucharlo. ¿Crees que soy un pordiosero en esta casa?

A ver...

ZOILO: No me gusta que te metas en mis asuntos.

PA’I TIKU: Asunto. Asunto verdad... Esto no es asunto sino cosas de sinvergüenza. No tienes vergüenza. No tienes sangre en la cara. No pareces haber nacido de tan honorables padres. Cuando vuelva tu madre de Asunción verás que no aprueba en nada tu conducta.

ZOILO: Bien, pero si a ti no te gusta mi conducta, te marchas y se acabó.

PA’I TIKU: Nadie puede echarme de aquí. Si no fuera por mí aquí ya no habría ni las cenizas que dejaron ustedes. Y eso lo sabes muy bien. Cuando los funcionarios del Banco Agrícola iban a rematarles la tierra, tu padre fue a verme, a contarme su desgracia. Entonces me acordé de tu abuelo. Ese era todo un hombre y no muñeco... Después de la batalla de Rubio Ñú... entonces yo era cabo... Me quedé mal herido y me encontró cuando los cuervos ya estaban a punto de echarse a sacarme los ojos... en una sola pata, tu abuelo... herido también... llegó junto a mí... me arrastró... me metió en el bosque, me curó las gusaneras y me alimentó con huevos de pájaros... y me revivió. Acordándome de estas cosas le dije a tu finado padre: Hipotécales mi campo, toma, aquí lo tienes, y págales la deuda. Después, cuando mejore tu situación podrás levantar la hipoteca... Tu padre se echó a trabajar... mucho sembró... Cuando su tabaco estaba a punto de recoger y vender, vino la revolución de Albino Jara, y los llamados montoneros gubernistas llegaron a saquear totalmente a tu padre... Poco después vino el Banco Agrícola a quitarme la casa... casa de los tiempos de Francia... y cien hectáreas de tierra... me quedé pelado y en la calle. Entonces tu padre me dijo con lágrimas en los ojos: Don Tiku, amigo mío, se nos vino todo en contra, vámonos a casa, te tendré como a un padre conmigo, no necesitarás nada, sabes muy bien cómo te quiere Raimunda... y me vine con él... antes de que tú nacieras... y ahora me echas como a un perro...

ZOILO: Yo no te echo don Tiku. Te estoy diciendo muy bien y te me haces el estúpido.

PA’I TIKU: Estúpido, estúpido verdad (más acalorado.) Crees que soy una figura decorativa aquí (se le acerca y le arranca el sombrero.) Sácate el sombrero para hablar conmigo. (Zoilo muy molesto hace ademán de castigarlo.) Golpéame desgraciado, golpéame para que tus brazos caigan en pedazos.

DOMINGA: (Entrando impetuosamente, se interpone). No le tocarás. (El viejo sale abatido. Los dos peones siguen firmes, controlando todos los movimientos de Zoilo.)

ZOILO: (A Dominga). Está medio loco. Ya caduca este viejo. (Dominga no contesta, mira con odio a Zoilo, luego a los dos hombres que apenas se contienen.)

ZOILO: (A los peones). Y... después... (con prepotencia.)

PEON 1º: (Insultando). Nosotros no somos sandía enterrada.

ZOILO: Pero dejen de decir macanas. Son unos estúpidos. Lo que soy yo no iría ni muerto. Sólo los tontos van al Chaco. Qué patria ni qué sandía enterrada ni ocho cuarto. Idiotas.

PEONES: (Se miran y se acercan hasta sitiar a Zoilo que comienza a inquietarse por la actitud de los hombres.)

PA’I TIKU: (Entra de nuevo, arroja el sombrero de Zoilo que se había llevado y exclama con rabia). Murió nuestro Juan en el hospital de algo que llaman algo así como tuberculosa.

DOMINGA: (Con desesperación). Dios mío. Dios de mi corazón... (y dirigiéndose a Zoilo). Tú... tú lo hiciste matar... Maldecido. Quedas para siempre maldecido... Sandía enterrada... Cobarde.

(Los peones desenfundan sus cuchillos, se aproximan aun más. Zoilo hace ademanes como espantando visiones, retrocede, tiembla.)

ZOILO: (Delirante). Mátenme. Mátenme. Ya no quiero vivir.

PA’I TIKU: (Interponiéndose). Déjenlo. Déjenlo hijos. No se ensucien las manos con este canalla. (Extrae su propio cuchillo y lo arroja al pecho de Zoilo.) Toma. Mátate si eres hombre en verdad.

PEON 1º: (Imperativo). Alza ese cuchillo.

PEON 2º: (Más fuerte aun). Alza el cuchillo te dice...

PA’I TIKU: No ha de animarse este cobarde desertor.

(Como última esperanza Zoilo mira a Do-minga desesperadamente pero en vez de perdón ésta le da la misma orden.)

DOMINGA: (Imperiosamente). Alza ese cuchillo te han dicho. (La furia pone fuera de sí a Zoilo y como un autómata recoge el cuchillo que se hallaba a sus pies.)

PA’I TIKU: (Con energía). A ver... Clávate.

(Zoilo lleva el puñal al pecho, tiembla como una hoja, cierra los ojos, se apunta pero no se clava.)

DOMINGA: (En un solo acto toma la mano de Zoilo, le da un empujón y dice:) Te ayudaré en nombre de Juan.

(Con el empujón cae Zoilo que ya apenas se sostenía parado.)

ÑA TUNI: (Entrando como una tarada). Lo mataron... Lo mataron a don Zoilooo... Jesucristo crucificado. Hijo de la Virgen María... (se echa sobre el cuerpo, cuando... cae el telón).

(De: Teatro Breve del Paraguay, ed. Antonio Pecci, 1981)

Ana Iris Chaves de Ferreiro

(Asunción, 1922 - San Lorenzo, 1993)

Narradora y periodista. Hija de la conocida escritora Concepción Leyes de Chaves y esposa del poeta Oscar Ferreiro, Ana Iris ha obtenido numerosos premios en concursos de cuentos (1961, 1976, 1987), de teatro (1976) y de novela (1975). Sus obras publicadas incluyen dos novelas: Crónica de una familia (1966) y Andresa Escobar (1975, Premio "Hispanidad 1975"), y tres colecciones de cuentos: Fábulas modernas (1983), Retrato de nuestro amor (1984) y Crisantemos color naranja (1989).

MARIA

Iba tranquila sabiendo que así debía llegar al término de su viaje. Tranquila, serena, como si traer un hijo al mundo fuera tarea cotidiana y no un milagro divino.

Tranquila y sola. Sin que esta soledad alcanzara a envolverla en la niebla de la desesperación. Sola y tranquila. Como si pudiera justificarse semejante tranquilidad ante tamaña soledad.

–María– le diría yo, si supiera que María se llamaba. –María, ¿por qué venís tan sola y tan tranquila?

Ella alzaría sus ojos ya doloridos hacia mi curiosidad inesperada, y me respondería dulcemente, aunque sin poder disimular el rictus de su boca joven:

–¿Acaso estoy tan sola? Pronto él estará conmigo– llevando sus manos sobre su vientre hinchado.

–¿Nadie viene a decirte "que te vaya bien"?

–¿Quién puede venir?

–Tu madre, acaso.

–Nunca escuché su voz. Cuando averigüé de ella, hacía cuatro años que se había ido, justamente el día en que yo llegué al mundo.

–¿Y tu padre?

–Yo no lo tuve.

–¿Alguna hermana?

–No tengo ninguna, si mi pobre madre no tuvo ni tiempo de dármela.

–Pero alguien te habrá puesto el primer moño, alguien te diría "portate bien, tu mamá te está mirando desde el cielo".

–¿Acaso se habla así a los huérfanos?

–Estás por ser madre, ¿y el hombre que te dijo "te quiero"?

–¿Hablan así algunos hombres?

–Pero... ¿qué te dijo el hombre?

–No me dijo nada. Me tomó del brazo y me llevó hasta lo oscuro.

–Entonces... vos le habrás dicho algo... ¿Qué le dijiste?

–Le dije "éste es un dolor nuevo. ¿Cómo se llama?" El creyó que le preguntaba su nombre y salió corriendo. No lo vi más. Tampoco lo busqué.

Así pues, María –si es que María te llamas–, tu historia es demasiado corta en el tiempo aunque larga, demasiado larga, en el sufrimiento.

María, si es que María te llamás, voy a esperarte sin que sepas en el corredor del hospital hacia donde vas, hasta que tu niño nazca. Quiero verte sonriendo con tu bebé en brazos, con lo único tuyo que al fin tendrás.

Seguí tranquila, silenciosa; cuando tengas a tu niño diré que sos mi hermana, que quiero verlos, si fue niña o si fue varón.

Allí estuve una hora, dos horas, tres, esperando en un banco del corredor sin poder resolver las palabras cruzadas de un diario.

La tarde huía casi ya sin sol cuando apareció una enfermera y me dijo:

–¿Usted era su pariente?

"¿Era?" ¿Por qué "era"? ¿Qué te había ocurrido María, si es que María te llamabas?

–¿Pariente de quién? –quise saber.

–Y de esa parturienta joven, pues.

–¿Qué tuvo?

–Un varón.

–Y ella, ¿cómo está?

–Pero si ella se murió.

–¿Y el chico?

–Pero si el chico se murió antes.

–¿Cómo se llamaba ella?

–Pero usted ¿no es su pariente? ¿No vino con ella?

–¿Cómo se llamaba?

–Dijo que María González.

Me retiré casi corriendo. Cuando alcancé la puerta de salida, corrí más rápidamente. Era yo el cuarto hombre que corría de María.

Porque María se había llamado.

(De: Crisantemos color naranja, 1989)

 

Raquel Chaves

(Asunción, 1939)

Poeta, ensayista, periodista y docente universitaria. Autora de poesía social en algunos versos de La tierra sin males (1977) y de una serie de mini-poemas de contenido mítico-filosófico –verdaderos "hai kais" paraguayos– en Espacio Sagrado (1988), Raquel Chaves también ha publicado Todo es del viento: Siete viajes (1984) y es copartícipe del Segundo Premio Municipal (1977) concedido a "Ciudadalma", texto ecológico escrito en coautoría con Nila López. De más reciente aparición es Partes del todo (2000).

CONFESION

A mí me ciñe el regocijo,

el de tu cuerpo con el mío,

en el setiembre que desata

luces de árbol todavía.

EL PATIO

Terrible corazón el que me dieron.

Quisiera rescatarlo de esas nubes

y es imposible. Además, el viento

es norte y su loca sed me agobia.

Dejé abiertas puertas y ventanas.

Dejé que con la fronda conversara

y pusiera orden en tantas cosas

que en este patio se acercan a la vida.

El viento, que es el dueño de mis días,

pasa y pasando deja sus esencias.

Deja caer las hojas a la tierra

y el corazón, confuso, las espera.

DE VIAJE

Las alas que en la espalda

llevo

no se ven.

Me sirven a ciertas horas

para el vuelo.

No pesan porque el aire

se colma de palabras

y el rumbo es alto:

allá me esperan.

 

(De: Itinerario Poético [poemario colectivo], selección de Escritoras Paraguayas Asociadas, FONDEC, Asunción-Paraguay, 2001)